Gracias, Laura
Es muy curioso lo que ocurre en esta enloquecida sociedad en la que vamos deprisa a todas partes y cuando llegamos a cualquier aeropuerto damos por hecho que la salida de nuestro vuelo se va a retrasar, asumiendo con resignación esperas indefinidas sin que te den ninguna explicación.
A la hora anunciada te diriges a la puerta de embarque, que siempre está abarrotada de personas que te ponen mala cara porque piensan que estás intentando colarte, cuando lo que quieres es preguntar a alguien si estás en la puerta que te corresponde. Y al final das un rodeo de mil demonios para ponerte el último de una cola que parece no acabar nunca y que se mueve a paso de tortuga.
Lo más sorprendente es que a nadie parece extrañarle que el avión despegue con retraso, y si está ocupado el asiento que tenías reservado, como en nuestro caso, mejor que no preguntes la razón porque no te servirá de nada. Pero si se te acerca una amable azafata a pedirte disculpas y a invitarte a aterrizar en cabina te vas tan contento pensando que hay gente por el mundo que merece la pena. Lo mismo que volar, y si no, viaja en coche, en tren o en barco, a ver si llegas antes.
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