Amigos y amistad

25 de Noviembre del 2010 - José Antonio Coppen Fernández (Lugones)

A Policarpo, G. Noriega, Peyroux, Mijares, Reyes y Heradio, gracias.

Todos los seres humanos deseamos tener un buen amigo, leal, en quien depositar toda nuestra confianza, especialmente cuando las adversidades de cualquier índole hacen acto de presencia. Sin embargo, nos atrevemos a decir que son muy pocas las personas que se preocupan por serlo. Y cuando consideras haber encontrado una, ésta no responde con la reciprocidad que más lo requiere cuando las circunstancias así lo demandan. Hagan un examen interior y estamos seguros de que tendrán motivo para compartir esta opinión. No obviamos que existen casos en que los sentimientos de la amistad unen más que la sangre de hermanos.

A veces esa aparente atracción de amistad encuentra mayor caldo de cultivo en el dinero, en el poder político o social, incluso surge de súbito. Es en el fondo un acercamiento físico interesado más que sentimental o de afinidad, carece de semilla fértil para que crezca y se consolide. Acuden como las moscas a un panal de rica miel. Tiene de vida lo que dure el posicionamiento del ser cortejado. En una epístola dirigida a un amigo, Federico Chopin escribía: «No me interesa el dinero, sino la amistad».

Está escrito que amigos, amistad, es virtud sola que haría feliz a todo el género humano, también que la amistad que se puede concluir nunca fue verdadera. Por eso la verdadera amistad es una planta de lento crecimiento que se cultiva en el interior del edificio humano. De las tres facetas o condiciones que caben destacar en el ser humano, la belleza física, la del trato o la belleza interior, esta última es la que de verdad merece la pena valorar y tener en cuenta a la hora de aceptar una amistad. No hay que precipitarse, conviene esperar que el tiempo se encargue de demostrarnos que, en las relaciones en general, existe la suficiente armonía para componer una sinfonía con el pentagrama de las afinidades.

Es, en definitiva, la calidad humana en la que debiéramos polarizar nuestra capacidad de observación para valorar a los demás, a los que se nos acercan o podemos nosotros aproximarnos. Al cabo de la vida del ser humano todos llegamos a distinguir a cientos de personas. Pero entre las personas existe una frontera que ha de traspasarse para conseguir conocerlas y mucho más para alcanzar la categoría de amigo. Cuando alcanzas el otoño de la vida, la madurez, si haces un balance comprobarás que no son tantos como creías haber cultivado, sobran dedos de las manos a la hora de contabilizarlos. Convengamos que los verdaderos amigos no los hallaremos en la dicha, sino en el infortunio.

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