Bolaños
Lo de Bolaños es no parar. En él se cumple el principio de indeterminación de la física de partículas: imposible determinar al mismo tiempo dónde está y en qué dirección se mueve. Hace unos días aparecía en Gernica. "En representación del Gobierno legítimo de la República", dijo. No le pide poco el cuerpo. Suerte para él que el destino lo quiso socialista en el entorno de Sánchez; de haberlo querido republicano en la órbita de Azaña, la literatura política tendría que agradecerle a Bolaños un notorio incremento del impagable acervo de maldades que sus colaboradores le inspiraron a don Manuel.
El impredecible Bolaños agita ahora la crónica con su intempestiva presencia en las celebraciones del 2 de Mayo. ¿En representación de las Cortes de Cádiz? Y dónde le habría que situar como figurante, ¿en "La carga de los mamelucos"? porque "Los fusilamientos" fueron el 3 (precisamente en Moncloa), y el único superviviente, el asturiano Juan Suárez. La única fusilada en esta ocasión, a gusto de la Moncloa, hubiese sido la jefe de protocolo, que le paró los pies al hiperactivo Bolaños. Iglesias, "viniendo de donde viene", echó en falta la intervención de la escolta. Y Enric Juliana, la del Ejército. De mamelucos, este 2 de Mayo fue bien servido. Por ganas, hubieran convertido a esta valiente funcionaria en una Manuela Malasaña.
A la Puerta del Sol, Bolaños fue por lana y salió muy trasquilado porque, además de colarse en la boda, pretendía ser el novio. Desmiente además el paradigma oficial de que los fachas son feos y obesos y los progres, guapos y esbeltos. El personaje, por más que se estire y empine, y mírese como se mire, no deja de ser un retaco. Nadie repararía en ello si con su exceso de celo, sus meteduras de pata y su militancia hiperbólica no se hubiese convertido en el mister Bean de la política nacional. O si prefieren, en una edición oficial del Pequeño Nicolás.
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