Demencia de la vagancia
El nivel educativo es un factor protector en la aparición y desarrollo de las demencias; la neurodegeneración avanza más lentamente que en las personas con severas deficiencias culturales y educativas. Un estudio publicado en 2010 en la prestigiosa revista científica «Brain», realizado por Carol Brayne, de la Universidad de Cambridge, confirma el efecto preventivo de la educación en el deterioro cerebral. Según las conclusiones del estudio, personas con diferentes niveles de estudios pueden tener patologías cerebrales similares, pero las más instruidas son más capaces de compensar los efectos de la demencia. Asimismo, es muy importante la capacidad de esfuerzo y motivación para poder frenar la aparición de una demencia. Muchas veces el desinterés, el abandono, la pereza, la pérdida de ese impulso renovador de crecimiento, superación y aprendizaje se traducen, finalmente, en un tipo de demencia que llamamos «demencia» de la vagancia. En algunos casos, la persona mayor se siente vacía, desconectada, hueca, inmotivada y disociada de la gente que la rodea. Muchas personas se sienten vacías por no tomar conciencia de su edad (más bien de sus años) y, al mismo tiempo, viven infelices y estresadas por no haber madurado de forma equilibrada. Hay que superar el bloqueo consciente/inconsciente al que nos somete el miedo a la responsabilidad, a envejecer, a morir. Es tiempo de sabiduría, de relativizar, de establecer prioridades, de disfrutar de los demás y de nosotros mismos. Es época de participación, de actividad, de seguir el curso de la vida con la fuerza de nuestra ilusión y el timón de nuestra experiencia, tratando de alcanzar nuestros sueños y acariciar la felicidad. Sin embargo, tal vez la pérdida de los lazos afectivos sea el detonante de un estado de desmotivación que, finalmente, nos conduce por la senda de la demencia y que, además, se traduce en un sentimiento generalizado de ansiedad, inseguridad y de pérdida de autoestima.
Subtítulo: Capacidad de esfuerzo y motivación, elementos clave para evitar el miedo a envejecer
Destacado: Hay que encontrar nuevas experiencias sensoriales que mantengan activo nuestro cerebro y que generen emociones positivas
La autoestima consiste precisamente en saberse capaz, sentirse útil, considerarse digno. Justamente cuando no tenemos nada que hacer, algo que sucede en muchas personas mayores, es cuando la mente empieza a preocuparse innecesariamente, ahogándose finalmente en la angustia de la existencia. Hay que encontrar nuevas experiencias sensoriales que mantengan activo nuestro cerebro y que generen emociones positivas. Asimismo, el nivel de educación y los vínculos familiares extensos son los dos factores esenciales del envejecimiento saludable, siendo la formación, y no el prestigio o el dinero, el factor determinante del funcionamiento cognitivo. Estos dos factores previenen, además, la única amenaza importante, que es, precisamente, la demencia. Sin embargo, la persona que se encierra en sí misma, tras un revés en su propia vida, se instala en la pasividad, en el abatimiento, en la pérdida de los sentimientos y del entendimiento, y, finalmente, en la demencia. Si uno contempla el mundo a través de cristales fúnebres, el cerebro prolonga el estado de ánimo negativo. En esta situación mental, los pensamientos sombríos, las experiencias negativas y los recuerdos amargos tienen acceso prioritario a la conciencia. Pero también hay que decir que el paso de los años (¡muchos años!) acumula un estrés producido por los duros golpes de la vida (pérdida del cónyuge, pérdida de un hermano, enfermedades graves, etcétera), que hacen al individuo frágil psicológicamente. Con el paso de los años puede que le atenacen, además, sentimientos de aislamiento y de abandono, de duda e incertidumbre, de miedo de no poder sobrevivir por sí mismo, y todo ello repercute muy negativamente en su salud. Encontrar el equilibrio adecuado es uno de los secretos más difíciles para alcanzar una vida plenamente feliz.
Ciertamente, las personas con mucha vida social y que no se estresan fácilmente parecen menos propensas a sufrir algún tipo de demencia. Las más extravertidas, activas, sociales y optimistas están más protegidas en relación al riesgo de padecer algún tipo de demencia. ¡Y especialmente las que mantienen en forma su cerebro! La vida es una larga lección de humildad, un diario que escribimos de forma continua, que tenemos que ser capaces de asimilar y recordar. Es necesario encontrar una razón para vivir, un sentido de nuestra existencia (una afición, el talento, el amor, el deporte, la lectura, la inteligencia, la superación de uno mismo, el aprendizaje, la curiosidad, etcétera). Ello contribuye a mantener vivo el profundo anhelo de aprender, superarse y perfeccionarse.
Pero sería un despilfarro y un desperdicio prescindir del valor capital de las personas mayores; un capital humano cada vez más necesario para ayudar también a los jóvenes y a la sociedad en general. El envejecimiento no puede ser un corsé invisible, asfixiante y desmoralizante. Hay que salir de la mirada acartonada, vencer el miedo que nos paraliza y conseguir que salga lo peor de nosotros mismos. Hay que estimular, que la persona mayor pueda desarrollarse psicológicamente y realizarse como persona, manteniendo su dignidad y permitiendo el crecimiento personal en todos sus ámbitos: cultural, afectivo, social, creativo, artístico, musical, imaginativo, etcétera. Por ello tenemos que mirar de frente a la vida y plantar cara a las ventiscas; al fin y al cabo, hemos sufrido tantos naufragios que nuestra alma se hunde en las simas de la desesperación y la impotencia. Con el mismo coraje, valor, entrega y motivación que salimos de un naufragio, también podemos superar el miedo y la desesperación que, a veces, hacen su aparición con fuerza en el envejecimiento.
Hay que superar el bloqueo consciente/inconsciente al que nos somete el miedo a la responsabilidad, a envejecer, a morir. Es tiempo de sabiduría, de relativizar, de establecer prioridades, de disfrutar de los demás y de nosotros mismos. Es momento de participación, de actividad, de seguir el curso de la vida con la fuerza de nuestra ilusión y el timón de nuestra experiencia, tratando de alcanzar nuestros sueños y acariciar la felicidad. De esta forma, la persona mayor es protagonista de su propio envejecimiento activo, de su propia vida. Sin embargo, la desmotivación, el desaliento, la falta de autonomía, el déficit de superación y reconocimiento constituyen barreras insalvables para alcanzar el envejecimiento activo y saludable y, por supuesto, el pleno rendimiento cognitivo. Por eso, lejos de convertirnos en un ser amargado y desgraciado, el envejecimiento activo y saludable nos transforma en personas muy amables, creativas, motivadas, ilusionadas y afectivas que nos sitúan en el apogeo de nuestro crecimiento personal y, en última instancia, nos aleja del riesgo de padecer una demencia.
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