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El símbolo del orgullo

14 de Febrero del 2009 - Artemi Suárez Herrera (Langreo)

En unos pocos meses hará ya siete largos años desde que la capital del reino, la insigne e ilustre Villa de Madrid, vio en una tarde de octubre, cercana la fecha de la Hispanidad, cómo una bandera de España de veintiún metros de ancho por catorce de alto comenzó a ondear sobre el cielo. En su momento no faltaron críticas agresivas contra el artífice de la idea, el Gobierno de España presidido entonces por el presidente José María Aznar López.

A día de hoy, esas críticas quedan ya lejanas y vacías, pues la Bandera Monumental de la plaza de Colón en Madrid es, a día de hoy, una de las principales atracciones turísticas de la capital, comparable en cifras de visitantes al noble Museo del Prado. No pretendo establecer con esta carta agravio comparativo. La Bandera Monumental no es cualitativamente artística comparada con la belleza de los cuadros de museo o de los edificios neoclásicos que jalonan la ciudad. Pero tiene esa belleza ornamental que tan bien saben apreciar en México.

Porque fue de México de donde partió la idea, cuando en 1999 el entonces presidente Ernesto Zedillo Ponce de León promulgó un decreto para la instalación de banderas monumentales a lo largo de toda la geografía nacional. Así, a día de hoy se encuentran más de setenta banderas monumentales en las principales ciudades y lugares simbólicos mexicanos. En nuestro país, y por lo que un servidor conoce, existen dos: la de la plaza de Colón de Madrid y otra que se instaló en la plaza de la Fuente Luminosa en Las Palmas de Gran Canaria.

Mientras que en otros países la bandera nacional representa un orgullo y su exhibición es considerada símbolo de patriotismo, aquí en España unas pocas veces se empeñan en criminalizar el símbolo que nos representa, relegándolo a la intimidad de una casa o un despacho, o a las sedes oficiales. No dudo que haya gente que se pueda sentir ofendida pro el símbolo, aunque critico ferozmente esa ofensiva contra todo homenaje público que se la haga a la bandera. Esas gentes que tanto acusan de «fascistas» a los que exhiben con orgullo nuestra enseña nacional se sienten representados por «La Roja» (nuestra selección nacional de fútbol), y tararean con orgullo la Marcha Granadera cuando la antedicha selección gana un partido o una competición. A eso se le llama hipocresía.

Yo no soy ni fascista, ni republicano, ni monárquico, ni anarquista. Un servidor es español, nacido en esta gran nación y orgulloso de los símbolos que nos representan. Por eso, cada vez que voy a Madrid y paso junto a la plaza de Colón y veo esa bandera roja y gualda ondeando me siento orgulloso, al igual que del Principado de Asturias cada vez que veo alguien que lleva un colgante con la Cruz de la Victoria, como también de Langreo cada vez que paso junto al Ayuntamiento.

Por eso, mi intención con esta carta es proponer que en un futuro, cuando la situación económica se estabilice, cuando podamos como país permitirnos ciertos lujos económicos, adoptemos la idea de nuestros amigos mexicanos, e instalemos Banderas Monumentales en nuestras ciudades, mástiles donde pueda ondear tanto la bandera de España como la de nuestra comunidad autónoma, la de nuestra provincia o la de nuestra ciudad. Sin agravios, con programas de fechas en el que prime el sentimiento popular, con días reservados para cada estamento. Y con ceremoniales de izado y arriado.

Ello no sólo será un aliciente turístico, sino que hará aumentar el sentimiento de unidad y amor por nuestro país, nuestra región y nuestra ciudad, y educará a propios y extraños tanto en nuestras diferencias como en nuestras semejanzas. Si dentro de unos años veo la bandera de Asturias ondear sobre el cerro de Santa Catalina en Gijón o la bandera de España ondear sobre la plaza de España en Oviedo, sabré que habremos superado las diferencias y nos habremos centrado en nuestras semejanzas.

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