Sobre el oso pardo y la expansión de su densidad en la Cordillera Cantábrica
Actualmente es una realidad perceptiva muy agradable de ver y sentir el poder comprobar cómo el oso pardo en España ha dejado de ser lo que antaño era una visión breve, cuando muy menguado en número de sus efectivos, caminaba huidizo y aparentemente temeroso de ser visto entre los frondosos e intrincados espacios montañosos de la Cordillera Cantábrica. Ciertamente es un buen exponente de la satisfacción contemplar la recuperación demográfica progresiva de este poderoso y esbelto animal silvestre, pieza esencial de la naturaleza asturiana, puesto que la pérdida gradual que venía padeciendo de sus unidades era la constatación fidedigna de haberse producido un episodio decreciente desde decenios sin el auxilio protector de estrategias tutelares, a modo y manera de efectos compensatorios que salvasen a la especie de una más que posible desaparición definitiva de los montes norteños de la Península Ibérica.
El haberse originado una alteración numérica evolutiva y expansiva sin interrupción del oso pardo en sus hábitats tradicionales de asentamiento y colonización dentro del espacio natural asturiano y aledaños al Principado, se hace oportuno trasladar a la opinión pública para su conocimiento general que para que esta modificación se haya originado no ha sido consecuencia del azar; obedece en concreto al resultado de haber confeccionado y desarrollado un Plan de Acción para su Conservación, dotado para el caso de importantes medios legislativos, materiales y humanos. Era todo un reto urgente que había que activar, sin demora.
Por tanto, situación extrema que hizo tomar conciencia a instituciones públicas y privadas, a las que se unía la sociedad civil asturiana, que manifestaba su sentimiento colectivo de especial preocupación en forma de levantar su voz en grito, reclamando la puesta en escena de iniciativas a desarrollar que lograsen frenar tan dramático declive y, de esta manera, poder afrontar con garantías una posterior recuperación demográfica del mayor símbolo de la fauna silvestre del Principado, hasta entonces abandonado a su suerte y expuesto a ser abatido inmisericorde e impunemente por obra de prácticas ilegales.
Además de esas medidas preventivas de señalada eficiencia tomadas para el caso, es justo y necesario que los estudiosos de la conducta de este animal reconozcan el acierto trascendental de haber encargado al Seprona, desde 1988, de “velar por la conservación de la naturaleza o de cualquier otra índole relacionada con ella”, factor determinante de efecto disuasorio que, me atrevo a señalar, haya sido el motivo de haber logrado hacer desistir a muchos de quienes habían optado por el letal empeño de vulnerar leyes medioambientales.
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