Europa, ¿una ilusión empantanada?
Con motivo de la reciente celebración de un nuevo "Día de Europa" hemos tenido ocasión de reencontrarnos en los medios de comunicación con las habituales reflexiones sobre el actual estado de la Unión y sobre el estado de ánimo de los europeos por estas latitudes, enredados buena parte de nosotros entre una ilusión residual y un escepticismo creciente. Al margen de las declaraciones oficiales y oficiosas -bastante previsibles y prescindibles casi todas ellas-, uno suele enfrentarse también con opiniones que aportan elementos frescos para la reflexión. A efectos estadísticos declaro que, personalmente, me siento -o quiero sentirme- más identificado escuchando y leyendo a eurosoñadores que haciéndolo a euroescépticos, supongo que porque en su momento viví, como muchos de ustedes, imaginados lectores, el doble nivel de ilusión de aquella época en la que nos motorizaban aspiraciones de normalización, integración y progreso que, aún hoy día, con lo que ha caído, con la que está cayendo y con lo que se barrunta, uno se resiste todo lo que puede a considerar espejismos, quimeras o, simplemente, piadosos autoengaños.
A nivel nacional son tiempos duros estos, en los que vemos cómo nuestra prometedora transición ya fue sembrada ab initio, consciente o inconscientemente, de fisuras, trampas y minas en lo institucional y en lo normativo, para ser finalmente prostituida, traicionada o tergiversada en buena medida por quienes, desde un principio, se aprovecharon de la ingenuidad y desprevención colectiva para ir resucitando subrepticiamente o a cara descubierta unos objetivos ladinamente pospuestos y camuflados pero nunca abandonados. Pensar -a comienzos de este siglo sin ir más lejos- que podríamos volver a ser tutelados por estalinistas, maoístas y terroristas se nos hubiera antojado un rebuscado, distópico y conspiranoico contradiós. Y aquí estamos, estimados colegas -dormidos, noqueados o drogados- sin mucha capacidad ni margen de sorpresa, y no digamos ya de reacción -ante cualquier aberración emergente que nos pueda reservar cada jornada antes de la puesta del sol (donde las haya, claro).
A nivel europeo tampoco es fácil encontrar el ansiado referente, estímulo o contrafuerte, y es un lugar común que está progresando un sentimiento de decepción con motivaciones que, en principio, se muestran como aparentemente contradictorias pero que, a fin de cuentas, vienen a identificar las dos caras del agotamiento de una formulación inyectada por el beatificable Schuman con ya trasnochados avales antibélicos de carbón y acero (componentes al parecer , y para mayor inri, tan mal vistos ahora por el actual planeta y sus mentores). Y es que, amén de las crisis económicas, las vergonzantes aventuras de colegas que creíamos recuperados como modelos, o los excesos de pretenciosos fantoches con ínfulas napoleónicas, para algunos expertos es el resurgimiento de soberanismos, nacionalismos y populismos insumisos o descentralizadores lo que está minando el - ya de por sí- lento construirse europeo. Sin embargo, para otros, entre los que insignificantemente me apunto, también a efectos meramente estadísticos, la más demoledora crítica que puede hacerse a la actual Unión Europea es el estar dejándose raptar de nuevo - será su querencia o mitológica tradición - por el antidemocrático, ensoberbecido y dictatorial poder de un aparentemente imparable despotismo globalista, con sus pompas, vanidades, extrañas amistades, poderes paralelos no reglados ni legitimamente democráticos, puertas giratorias, nebulosos sinaíes, autoritarias doctrinas, dogmas y anónimas agendas, los agresivos componentes que están generando desafección, recelos y antipatías. Quizá ese resurgir de la dignidad soberana de centenarias naciones del desdibujado -si no periclitado- occidente cristiano, sea no un alzamiento retrógrado contra lo mejor de la Europa posible, sino todo lo contrario, una incipiente reacción de la mejor Europa contra una mortecina Europa secuestrable o ya secuestrada.
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