Nos estamos diendo
Ayer se murió otro gran amigo y compañero de trabajo (Fueyo) de aquellos ilusionantes años donde empezaba la libertad sindical después de muchos años de dictadura.
Nos estamos diendo uno a uno, van quedando cada vez menos compañeros de fatigas de duro trabajo y de reivindicaciones que ahora suenan a olvido. Ley de vida por otra parte.
Vivimos y compartimos desde muy niños el campamento de verano de Villamanín por ser hijos de viuda de mineros.
Fueron tiempos cargados de emociones fuertes, llegaba la democracia, éramos jóvenes y reivindicativos; creo que tratamos durante unos años y en sus principios de hacerlo lo mejor que supimos, sin dobleces logramos corresponder con el mandato de los compañeros. Grandes recuerdos, amigos de todos lados y para siempre, a pesar de muchos no vernos desde hace años; cada cual formó su vida, su familia y su entorno, pero sin olvidar cada uno de aquellos compañeros de trabajo del Pozo Santiago. Muchos años de compañerismo sin límite.
Aprovecho para mandarles un abrazo a los que quedan –nos estamos diendo–, pero que sepan ustedes (todos los mineros) que nadie vivió lo que nosotros vivimos, incluso con miedo, miedo que se compartía con disimulo, mucho esfuerzo, mucho peligro y esa gran sensación del deber cumplido. El compañerismo del minero era insuperable, ahora se nota cuando nos vemos ¡mucho pasamos juntos! Gracias a todos por ser y estar.
Nos estamos diendo, pero no sin antes darnos un gran abrazo. Habéis cumplido con creces el mandato de vida y supervivencia. Yo me siento orgulloso de todos ustedes. La mina les hizo importantes, no lo duden. Sean felices.
Por eso cuando escuchamos a estas feministas de ahora decir lo de compartir tareas del hogar, ¿qué nos pueden contar? Compartirían alguna de ellas (PAM, Belarra, Irene...) aquel tremendo trabajo bajo tierra, un día sí, otro también. Cuántos días sin dormir pensando dónde teníamos que meternos al día siguiente, cuántos accidentes, derrabes, hundimientos, desprendimientos, y nuestro amigo el grisú, sobre todo en Santiago, allí tenía su nido el cabrón entre el carbón. ¡Qué sabe nadie que no lo viviera!
Va por todos los mineros. Va por ti, Marchena, un abrazo inmenso de este amigo, y allá donde estés espéranos, vamos de seguido.
Nos estamos diendo.
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