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San Isidro Labrador y Caja Rural de Asturias

19 de Mayo del 2023 - Antonio Valle Suárez (Castropol)

El pasado lunes día 15 de mayo, en el restaurante Peña Mea, en Llanera, nos reunimos para celebrar la festividad de nuestro santo patrono, San Isidro Labrador, setenta y cuatro jubilados de la Caja Rural de Asturias (solo tres compañeras; en nuestra época, que eran otros tiempos, solo imperaba el sexo masculino, desgraciadamente, ocupando la mujer un segundo plano), llegados desde todos los puntos de la comunidad.

Ya transcurridos unos días de la celebración, aún resuenan en mi mente las nobles palmadas intercambiadas cuando nos abrazábamos, así como las sonrisas de aprecio al estrechar nuestras arrugadas manos, como nobles paisanos asturianos que todos somos.

Entre todos acumulábamos la friolera de más de cinco mil años de existencia, siendo acreedores de más de dos mil quinientos de oficio bancario. Presumimos de haber hecho más de quinientas mil horas extras de trabajo no remuneradas, dimanadas de muchas tardes dedicadas en cuerpo y alma a la Caja, incluidos domingos y fiestas de guardar. Trabajos extras que hicimos con sumo agrado defendiendo los colores de la Cooperativa para luchar con la competencia tan dura en aquellos años en que, muchas veces, nos miraba con cierta altivez y casi siempre por encima del hombro.

Esos trabajos realizados sentados en la silla pocas veces, ya que nos tocaron tiempos en que recibíamos, atendíamos y despedíamos al cliente a pie de mostrador, con una sonrisa. Hasta seis horas seguidas cada día. Pero el atender a la clientela que acudía muchas veces en masa a la oficina a hacer sus transacciones, sobre todo en días de lluvia (cobrar la leche, el gasoil, pagar recibos...), empleando como única ayuda mecánica una máquina de sumar a manivela, nos colmaban de satisfacción. Así, cada día, contribuíamos a empujar más para elevar el PIB de nuestra comunidad, y al mismo tiempo tratando de ir colocando a nuestra Caja hasta la altura de los demás bancos y cajas, por lo menos.

En todo momento se podía observar la satisfacción y jovialidad en los allí presentes, repletos de rugosidades y experiencias, con millones de kilómetros a la espalda, empleados en visitas a clientes, a reuniones de trabajo, cobrando letras de cambio a domicilio; incluso trasladando al médico a vecinos necesitados... En fin, eran otros tiempos en los que construimos con agrado y satisfacción, sin escatimar esfuerzos de ningún tipo, los cimientos de una base sólida sobre la que construimos entre todos lo que es hoy nuestra Caja Rural de Asturias.

Compartiendo humildemente mesa y mantel con excompañeros y recordando a otros que ya no están entre nosotros. Como siempre, entre todos los jubilados allí presentes, se encontraban el que había sido director general y presidente, señor Quirós, así como el subdirector general don Valentín. Entre todos rememoramos miles de batallas acaecidas en aquellas oficinas, con socios y clientes, en las que pasamos una gran parte de nuestras vidas, robando tiempo a la familia y pensando que ese tiempo ya se recuperaría... Dependencias frías en invierno y calurosas en verano, pero con portal que hoy no existe en la mayoría, para burlar a los duros inviernos que entonces se nos pretendían colar...

Salieron a relucir innumerables anécdotas imposibles de plasmar todas aquí por falta de espacio y no de ganas: Nino, un compañero que ya se fue hace años, decía siempre que, cuando abrió la sucursal en Castropol, un día al terminar la jornada un cliente que estaba sentado en una banqueta a la puerta de su casa al verlo se levantó y cogió el taburete por una pata levantándolo en el aire al tiempo que decía: “El tou banco e igual que este tayolo”. Ni qué decir tiene que por aquel piropo recibió un disgusto mayúsculo que le duró toda la vida. Un día de crudo invierno llegué yo a la oficina de Taramundi y allí, Manolo, el director entonces, estaba trabajando a pie firme y sin calefacción. La única estufa que tenía se había averiado y estaba esperando por su reparación. Manolo parecía aguantar estoicamente la frialdad y yo, aterido de frío, a media mañana salí a comprar otra a la ferretería de enfrente. O cuando Manolo Pereiras llegó a la oficina y dijo que no trabajaba más, ya que seríamos pronto invadidos por los países pobres de África, con motivo de aquellas primeras nuevas que diariamente hablaban de las pateras que llegaban a la Península llenas de migrantes... Méndez, que también se nos fue, nos contaba que un día había abierto la oficina de La Caridad, como siempre, a las ocho en punto sin haberse acostado, después de una cena celebrando el San Martín en casa de unos clientes a los que quería arrancar un pasivo que tenían depositado en la competencia. Le había costado una noche entera, pero lo consiguió. Pero la más notable de las anécdotas la contó un compañero de los más veteranos, César, y fue aquella en la que con todo lujo de detalles nos decía cómo era el libro donde llevaban la contabilidad con los ingresos de los clientes. Estaban trabajando en la primera oficina en la calle General Yagüe, nos decía, recién abiertos al público. Ese libro de contabilidad que garantizaba aquellos primeros depósitos de los primeros atrevidos clientes era ni más ni menos que un calendario de sobremesa de la marca Myrga... Será por eso que aún se sigue fabricando hoy día.

No he oído a nadie durante la comida hacer comentarios al respecto, pero estoy completamente seguro de que por nuestras veteranas mentes sentimos el no estar, por primera vez en toda la historia de nuestra Caja, festejando el día de nuestro santo patrono San Isidro en compañía de los compañeros en activo hoy que lo estaban celebrando al mismo tiempo, pero en otro lugar...

Hoy, Caja Rural de Asturias, es la única Caja asturiana. Goza de estar integrada en uno de los principales grupos bancarios que operan en España. Es una cooperativa de crédito que, hasta ahora, siempre cuidó de clientes y empleados (tanto jubilados como en activo). Funciona democráticamente, de tal forma que cualquiera de sus 135.000 socios puede ser elegido miembro del consejo rector pudiendo llegar, incluso, a ocupar el cargo de presidente o presidenta.

Después de departir largamente llegó la hora de la despedida, aún con más alegría que a la llegada, pidiéndole al santo dos deseos: Que nos deje volver a la cita para honrarlo, disfrutando todos reunidos en el próximo 2023. Y, sobre todo, que no permita a los jubilados, ni a los que están en activo guiando a nuestra Caja que se olviden de nuestros humildes principios y que nunca nunca nos sobre humildad pero que siempre carezcamos de soberbia.

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