De la atención plena o mindfulness
Es curioso, pero en varias ocasiones y por distintas vías, se me hizo presente durante las últimas semanas el término mindfulness, algo que me parecía a medias entre meditación, filosofía y religión, al que se atribuyen propiedades casi milagrosas para conseguir el bienestar de las personas.
Así que, a la primera ocasión que tuve, le pedí a mi vecino Narcis que me pusiese al día sobre lo que sabía de mindfulness. Tengo que decir que él es un entusiasta de todo lo oriental; estudioso de todo ese mundo, su historia, cultura, filosofía, además de ser un compulsivo comedor de sushi. Algo que me sorprende siempre cuando hablo con él, porque es oriundo de Mollerusa, en la Plana de Urgel. Pero las personas somos así de impredecibles. Eso sí, le rogué que fuera conciso y breve, porque como buen catalán es dado a alargar los discursos y a escucharse demasiado.
Comenzó diciendo que mindfulness es una traducción de la palabra “sati” en pali, un idioma similar al sánscrito que se hablaba en la época en que Buda comenzó a enseñar hace dos mil quinientos años. Sati procede del verbo “sarati”, que significa rememorar o recordar, es decir, traer al presente. Viendo el cariz que tomaba el asunto le tuve que recordar que fuera al grano si quería que me enterase de algo. Moderó su discurso y me continuó explicando que su versión moderna se puso en práctica hace más de treinta años en EE UU para irse extendiendo a otros países, motivada porque en la sociedad de la que formamos parte vivimos totalmente al margen de nuestras necesidades reales, de nuestros ritmos y tempos naturales, por eso ha surgido la necesidad de mucha gente de volver a conectarse con lo que verdaderamente somos, y de vivir de acuerdo con nuestros ideales más elevados y, en este sentido, es una herramienta que nos puede ayudar de alguna manera.
Continuó diciendo que el mindfulness, que puede traducirse como atención plena o algo así, es una herramienta mental que nos ayuda a ser conscientes del momento en el que estamos. No es fácil concentrarse mentalmente, pues en pocos segundos nos surgen pensamientos acerca del pasado o del futuro y solo somos conscientes de una pequeña porción de lo que está sucediendo en el momento presente, aunque creamos tener control de nuestra atención. Solemos estar agobiados por múltiples problemas, pensamientos negativos o soñando despiertos, lo que puede crear ansiedad, estrés o depresión. Pensamos continuamente a un ritmo de cuatro pensamientos por minuto al día, descontando las horas de sueño, y solo la mitad de ellos tienen que ver con lo que estamos haciendo en un momento determinado.
Añadió que, si prestamos atención plena y reconocemos lo que está sucediendo mientras está sucediendo, sin intentar interpretarlo o juzgarlo y tomamos conciencia de la realidad, podemos recuperar el equilibrio interno, mediante técnicas de meditación. Y así, con una cuantas cervezas de más y la cabeza caliente como D. Alonso Quijano, nos despedimos.
Indagando sobre la atención plena, conviene tener en cuenta algunos aspectos que señalan sus estudiosos y asesores encargados de enseñarla. Supongamos el caso de su aplicación a la reducción del estrés o para sentirse bien, el mindfulness no entra en las causas que lo provocan, ni propone alternativas para eliminarlo, porque no se tiene en cuenta el objetivo fundamental de la técnica original budista de meditación: el autoconocimiento. Parece que en nuestra sociedad tenemos que estar permanentemente motivados y contentos. Estar bien se ha confundido con no sentir aquello que nos molesta. Sin embargo, la paz interior solo se alcanza conociéndose a uno mismo hasta el fondo, y eso incluye aprender a sentir, y no rechazar, emociones como la tristeza o la ira.
Tampoco se pueden menospreciar los aspectos comerciales, pues como todo lo que tiene éxito, también el mindfulness ha entrado a formar parte de la publicidad para incrementar ventas, el desarrollo personal para aumentar el rendimiento profesional, o el rendimiento académico en la enseñanza, etc., como hace algunos años le tocó al coaching, la psicología positiva, a la inteligencia emocional. Ahora existe la crianza mindful, comida mindful, sexo mindful. En el caso de la comida mindful, parece ser que se deben de tener en cuenta los aspectos siguientes: probar el alimento, observarlo, tocarlo, olerlo, saborearlo, darle un mordisco, masticarlo, etc. Es obvio que no es aconsejable practicarlo en el trabajo si uno no quiere correr el riesgo de irse de patitas a la calle, porque no hay tiempo para tantas contemplaciones, aunque sí puede ser una manera de pasar la tarde de un sábado de manera original, por ejemplo: con una fabada que se haya preparado por la mañana. Una vez en la mesa, habiendo tenido cuidado de enviar a los niños a casa de los abuelos a pasar la tarde, se puede seguir los pasos anteriores con cada cucharada, o si se es muy minucioso incluso con cada faba. Si somos constantes, probablemente habremos disfrutado si no de la mejor fabada, sí de la más larga, de manera que tras varias horas y, posiblemente, varios recalentones, hayamos terminados extasiados y extenuados, pero con un recuerdo imborrable. Pero como se decía antes: para este viaje no hacen falta alforjas. En nuestra cultura mediterránea la comida es un acto social por sí mismo y no hay mejor práctica para aliviar las penas que una comida familiar o con los amigos, en los que se saborean los alimentos, se bebe, se habla y se ríe.
Existen formas de practicar la atención plena como la concentración en la respiración: puede servir de ayuda cuando se tienen pensamientos negativos, sentándose, respirando hondo con los ojos cerrados y concentrándose en la respiración a medida que entra y sale de tu cuerpo. Pero, si por exceso de concentración, se te olvida respirar, hay que volver a concentrarse de nuevo, si te da tiempo, claro.
Hay otros ejercicios que requieren disponer de un espacio tranquilo como la meditación con escaneo corporal que consiste en tumbarse boca arriba sobre una alfombra o esterilla con las piernas extendidas y los brazos a los lados y las palmas hacia arriba concentrando la atención lenta y deliberadamente en cada parte del cuerpo, en orden, de los pies a la cabeza o de la cabeza a los pies. Aunque no deja de tener sus dificultades porque lo más seguro es que, al empezar por los pies, te venga el recuerdo de aquellos zapatos que te hicieron un juanete y recordando en qué pie o en qué dedo, o qué lindas piernas tiene Carolina, se interrumpa el proceso y tengas que volver a empezar de nuevo o si no te has entretenido con algún calambrazo de las lumbares o venga el chucho todo cariñoso y te arree unos lametones por toda la cara.
También se puede recurrir a la meditación caminando para concentrarse en la experiencia de andar siendo consciente de las sensaciones de estar de pie y de los sutiles movimientos que nos mantienen en equilibrio. Sin dejar de lado que de pura concentración se olvide uno a donde tiene que ir, o que no vuelva a casa, y si tienes suerte, que te vayan a recoger al hospital por causa de un atropello involuntario. Para estos casos sería recomendable llevar una luz intermitente amarilla en el antebrazo con un cartel que diga persona en fase de meditación además de la dirección y teléfono.
Como quiera que sea, se requiere practicar este tipo de ejercicios todos los días durante un largo período de tiempo hasta que se practique sin esfuerzo.
En fin, no pongo en duda los beneficios de la meditación en general, tal como lo evidencian muchos ensayos clínicos que respaldan su efectividad ante determinadas situaciones de estrés, ansiedad, dolor, depresión, etc., pero la meditación sin alma, sin objetivos, sin estar orientada al conocimiento propio y a la aceptación de cómo somos, no deja de ser una práctica incompleta cuando menos. Asumiendo también, que incluso la práctica prolongada de la más completa meditación, no llegará a apagar el último rescoldo de insatisfacción del corazón humano, hasta que no nos encontremos con nuestro Creador. Aunque supongo no somos muchos los que tenemos la misma opinión.
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