Ortografía española, descanse en paz
Indignante. Se comienza con que Plutón ya no es considerado un planeta, se sigue con el cambio de alterar el orden de los apellidos en el DNI y, ahora, ¡el reciclaje llega a la lengua! Y es que al parecer, amigos, las palabras escritas tienen sus días contados. Su inmortalidad vaga perdida en el ayer y ofrece el paso a la generación del s. XXI, a una insultante renovación.
No sé si recuerdan que antaño, durante la época del feudalismo propia de la Edad Media, se creía que el fin del mundo llegaría con el comienzo de una serie de plagas y culminaría con lo que hoy se conoce como eclipse –mañana a saberse qué nombre recibirá– a expensas de las conclusiones finales que acontecieron, una larga vida a la vida. Pues bien, desde mi punto de vista, todo esto viene a cuento de que comenzó el proceso de plagas con reformas absurdas y han formado un taponamiento permanente en nuestra percepción a la belleza ortográfica. Señores, estamos quedando eclipsados y lo que es peor, el reflejo de creer que lo estamos haciendo bien, nos impide el avance en otros asuntos que implican mayor compromiso tales como frenar la crisis, propulsar mejores métodos para abastecer las necesidades de los menos favorecidos, los cuales siguen siendo un gran número a día de hoy (¡qué vergüenza!), impulsar con ahínco la reutilización de materiales –es ahí donde hay que reciclarse–, fomentar la iniciativa de cuidado de bosques, parques naturales, aguas... Así como la protección de las especies animales, terminar con esa política de que como tú tienes mucho y yo tengo poco o tú no me haces caso y tienes que hacerlo, vamos a montar una guerra para establecer la ley de la jungla pues aquí el «akuna matata: vive y deja vivir» ha quedado anticuado, al parecer como todo.
Bueno, que el mundo va mal y que el responsable viene de la mano del hombre ya lo sabemos. Que estamos descontentos no es una novedad y que seguiremos en esta situación otro «x» tiempo, puede que para siempre, ya ha entrado en los límites del principio de normalización y, por tanto, no resulta gran cosa. No me quiero exceder demasiado pero es que ahora va a resultar que de poco sirvió aprender lo ya aprendido en la escuela, al final los que más faltas cometían en los comentarios de textos o dictados ¡en realidad eran los precursores del siglo! ¿Dotes adivinatorias, tal vez? Me niego a creer en ello. ¡En fin! Menuda bofetada para los hachas en la lengua española.
Sin más preámbulos, ¿cuántas vueltas va a tener que dar el pavo en el horno para que esté en su punto? Tengan cuidado, porque de aquí a que lo averigüen y mientras sus fosas nasales inhalen un cierto aroma a chamusque pueden pasar mucha hambre y es ahí donde por fin se harán escuchar los lamentos de las tripas –o la conciencia–, juzguen por sí mismos.
María Sánchez González, Pola de Siero
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