Alumbramiento sin luz
Últimamente, he leído mucho sobre la violencia obstétrica, un tipo de violencia que se produce en el contexto sanitario durante el embarazo, el parto y el posparto. Además de todas las consecuencias físicas y psicológicas que experimentan, he llegado a la conclusión de que todas las personas gestantes que conozco (que en mi caso son todas mujeres cisgénero) la han sufrido. Me entristece, enormemente, cómo esos momentos que esperaban con ilusión se convirtieron en episodios traumáticos por culpa de este tipo de violencia.
La primera persona que se me vino a la mente fue mi madre, que fue gravemente acusada de haberme puesto en peligro por parte del equipo sanitario sin que tuvieran pruebas de ello. Minutos después, se demostró que mi madre decía la verdad. En ningún momento se disculparon con ella, pese a la humillación pública a la que la sometieron. Luego me acordé de la madre de una de mis mejores amigas que, después de haber tenido a su hija por cesárea, no le subía la leche y apenas pudo alimentarla. Ella suplicó que le dieran biberones, pero se negaron a dárselos, poniendo en riesgo la salud de su hija y la estabilidad emocional de la madre.
Tanto mi madre como la madre de mi amiga sufrieron depresión posparto, trauma y disminución de la autoestima, llegándose a creer que no eran ni iban a ser buenas madres.
Por otro lado, el personal médico está obligado a respetar el plan de parto, siempre y cuando no haya complicaciones que requieran intervención. Ni a mis abuelas, ni a mi tía se las informó de los procedimientos que iban a hacer durante el mismo, pese a estar conscientes y capacitadas en esos momentos para tomar una decisión y, en cuyo caso, dar su consentimiento.
El dolor en el parto es natural, pero el sufrimiento por la desinformación y las faltas de respeto no lo es.
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