La justicia, un don precioso
Supongamos que esa fuera la noticia: “La justicia se está enseñando en el hogar y en la escuela”. Puede que algún lector recuerde aquel tiempo en el que los periódicos se anunciaban a viva voz en la calle. Mi abuela me enviaba a comprar el “Heraldo” a aquella mujer que los llevaba en un fajo de tela y después me pedía que le leyera las noticias más destacadas, eso todos los veranos desde que sabía leer. En Barcelona, donde vivía el resto del año, se gritaban a la salida del metro, o en puntos céntricos. ¿Nos imaginamos esa noticia gritada?
Normalmente las noticias no tenían mucha trascendencia y variaban en pocos días, al menos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial a pesar de haber dejado una Europa devastada. Hoy, la misma noticia se pregona ininterrumpidamente día tras día, hasta que llega otra nueva ocupando toda la actualidad. La peste fue machaconamente intragable, la invasión de Ucrania sigue pero como agua pasada, el calentamiento global no impacta en la sociedad porque se ve sin remedio, y, así, los pormenores políticos acaparan los medios dejando ese mismo sabor amargo del que conoce los interesados motivos, justos o injustos, pero no puede hacer nada.
Ahora la noticia es el maltrato a la ley, el abuso a la ley, que, aunque la dama lleva faldas de piedra, da la impresión de que va a necesitar la espada para defenderse. La ley debe ser imparcial y justa para garantizar la protección de un país, de una sociedad, y de cada individuo, pero si se manipula por interés, sea este político, social, religioso, comercial, etc., la sociedad entera paga las consecuencias y aprende algo terrible: “La manipulación da el logro, justo o injusto, y eso es lo que importa”. Menos mal que aún queda esta esperanza: “Pero hay unos nuevos cielos y una nueva tierra que esperamos según su promesa, y en ellos reinará la justicia... haced todo lo posible para que al final él os encuentre limpios, irreprochables y en paz” (2 Pedro 3:13,14).
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