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SOS Asturias-España-Europa

23 de Mayo del 2023 - César Murias Pérez (Oviedo)

Allá por 1945-50, cuando yo era un crío, habitaban mi concejo natal (Boal) más de 7.000 pobladores. Vivían -o sobrevivían- de su trabajo, excepto los que estaban físicamente incapacitados por edad o enfermedad. La gran mayoría eran autónomos: labradores, comerciantes, artesanos. Cada uno de ellos, a su nivel, sabía bien lo que era planificar, ahorrar cuando hay para cuando no haya, administrar una economía apretada, progresar en general, buscarse la vida, educar a los hijos lo mejor posible, asumir riesgos. Crecimos en ese ambiente, en el que se daba por descontado que según cómo te desenvolvieras así te iba a ir, salvo lotería o caída de rayo. No se esperaba ningún maná salvífico.

Todos sabemos lo que pasó: en muy pocas décadas multitud de jóvenes emigraron -más bien huyeron- a donde fuera. Mano de obra barata para la industria y los servicios de nuestra región o de otras, y de Europa. La caída brutal de la natalidad hizo el resto: ahora quedan en mi concejo poco más de 1.300 personas, y no es de los que más han perdido. Y lo mismo o parecido ocurrió en toda la ruralidad de Asturias, y en el 75% de España (la ahora llamada España vaciada) y en extensas áreas de Europa, meridional sobre todo.

Nos hemos pasado. No quiero decir que lo de mi infancia fuera óptimo: si la gente se marchó sería por buenos motivos. Pero lo de ahora es un dislate en sentido contrario: campos baldíos, vegas abandonadas, caseríos medio en ruinas, algunos supervivientes heroicos que tal parecen anacoretas, villas mortecinas con gente joven atechada bajo el paraguas de las pensiones de sus mayores, bosques de torres eólicas, matorrales, subsidios, silencio, falta de incentivos para trabajar, trabas burocráticas para emprender, empleos ficticios, abulia, reglamentos por todas partes, sensación de impotencia, conformidad con un puestín... diversas manifestaciones de una misma patología social de base. Esto es malo, pero no solo para los que se han quedado en el campo, sino para todos, urbanitas incluidos. Entiendo que el remedio tiene que pasar por crear las condiciones que incentiven el reasentamiento de una cierta proporción de ciudadanos en el rural, viviendo de su trabajo. Agrario o no, pero trabajo. Es lo que se quiere, trabajar y vivir. Ni protecciones infantiles ni reglamentos absurdos, muchos de ellos emanados de Bruselas y recrudecidos aquí, que exhibimos el fanatismo del converso. La progresista Europa de Estrasburgo, después de traspasar la industria a los asiáticos cede ahora el agro a los africanos y otros, mientras echa sobre nuestras espaldas la carga de salvar el planeta. Pues no. Y por fin hay rebote; hasta aquí hemos llegado. Pregúntenselo al Partido Agrario holandés BBB, harto de que la religión ecologista reinante les quiera cerrar las granjas, y que ha conseguido un fortísimo apoyo en todo el país. Es un poco el mismo pensamiento que nos lleva a proteger al pequeño comercio de barrio y a los productos locales.

Soplan vientos de cambio. Todos los partidos llevan en sus programas el problema de la demografía como punto destacado, porque observan la demanda general, más allá del grito de protesta de los campos olvidados. Incluso ha entrado en liza un partido, SOS Asturias, cuyo objetivo específico es la defensa de lo rural, y que es nuevo en la región. Habrá que mirar muy bien las propuestas de cada cual y la credibilidad de quien las emite, habida cuenta de su historial, y la vieja tradición de que si hay pugna de intereses se imponen los criterios urbanitas, por pura demografía, según experiencia. Por otra parte, saliendo al paso de algunas críticas, SOS puede afirmar que no es un partido insolidario, de los que van a lo suyito y nada más (como algunos que dan soporte al Gobierno actual), ya que pertenece a un movimiento que abarca varias comunidades y aspira a estar en todas, mejorando lo rural en pro del bien general. Y en todo caso, está en su derecho: como decía Martín Fierro, “ende que todos cantan, yo también quiero cantar”.

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