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Carta a Carmen Gómez Ojea

1 de Diciembre del 2010 - José Ramón Rodríguez Fernández (Oviedo)

Como creyente que soy y miembro de la Iglesia católica, hace días he escrito una sencilla carta a Benedicto XVI en la que le sugiero la posibilidad de hacer algunos cambios en esta comunidad cristiana para que el mensaje tan espectacular de Jesús de Nazareth se pudiera comprender y difundir mejor en todo el mundo a fin de que su reino de amor se instaure de una vez entre los humanos y se acabe tanto egoísmo y tanto odio. Terminé mi escrito advirtiéndole si no sería conveniente convocar un nuevo concilio para introducir esos cambios y esas novedades que permitieran a la Iglesia acercarse más al pueblo para mejor distribuir esa riqueza espiritual que le fue dada para bien de toda la Humanidad.

Bueno, Carmen, a lo que voy. Como lector habitual de LA NUEVA ESPAÑA he tenido la oportunidad de leer alguno de tus artículos en su mayoría políticamente tendenciosos y de una clara aversión a la Iglesia católica. Yo me pregunto qué puede estar pasando para que personas como tú sientan tanto odio hacia una institución que, a pesar de sus defectos, ha hecho tanto bien. ¿Por qué no hablas de la actividad religiosa, cultural, artística y social que la Iglesia siempre ha realizado o de tantos misioneros y misioneras que atienden a ancianos, enfermos y necesitados o de la labor de Cáritas con los pobres y desempleados y te olvidas de los zapatos del Papa? Esta labor no la realizan ni políticos ni sindicalistas. Diles algo a ellos, o dítelo a ti misma, que pasaste la vida escribiendo cuentos y criticando a la Iglesia que tanto odias.

Tengo que decirte, y tú lo sabes muy bien, que el citado Jesús, hombre cercano y cariñoso, que curaba enfermos y que incluso perdonaba pecados sin pedírselo, fue intolerante y tremendamente duro con personas que piensan y actúan como tú. Tengo miedo que, según se vaya ocultando el sol y cayendo la tarde, te des cuenta de todo el tiempo perdido y que incluso te vuelvas loca.

Termino, no obstante, con la esperanza de que la profecía de Isaías de que «el lobo habitará con el cordero el día en que la tierra se llene del conocimiento de Dios» se haga realidad. Entonces tú y yo, a pesar de estas notorias discrepancias, podremos también habitar juntos.

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