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Economía para políticos

24 de Marzo del 2009 - Alfredo González Colunga

Observemos que el dinero se crea (a través de bancos, bolsas...) asociado a productos presentes o futuros generados por las empresas.

Sin embargo, no se crea dinero con fines sociales (educación, salud, justicia, arte, investigación, cultura) cuando estos beneficios no revierten directamente en el productor, sino que se diluyen en la sociedad.

Aceptemos, por un momento, que esta laguna en la creación de dinero pudiera causar que el imparable incremento de la productividad mundial –objetivamente, un bien social– pudiera convertirse en una amenaza, puesto que los empleos destinados al bienestar social no se generan en la proporción adecuada (ya que no se crea dinero para ellos).

Pensemos ahora en la posibilidad de que este incremento de la productividad mundial, especialmente en los últimos diez años, puede no estar viéndose reflejado en los balances económicos. El volumen económico generado por los móviles o internet no se corresponde con su valor real. Podemos hacer una llamada para charlar con un amigo sobre nuestras próximas vacaciones, pero también, tras un accidente de coche, salvar la vida de un niño. Ese niño, un día, encontrará el remedio para el cáncer. Las dos llamadas han costado 30 céntimos.

No es posible anticipar el valor de cada una de esas llamadas, pero sí es posible concluir que los móviles e internet tienen un segundo valor: generan una sociedad más robusta y, de este modo, contribuyen a garantizar nuestro futuro.

¿Cómo evaluar ese valor? Ciertamente, no es fácil. Pero quizás haya un modo de actuar teniendo en cuenta que, sin duda, ese valor existe.

Dado que el valor creado se corresponde con un incremento de la robustez del sistema, pensemos en la posibilidad de crear dinero en la proporción adecuada y destinarlo a ese fin.

Cuando digo crear, me refiero a la máquina de imprimir billetes.

Cuando digo “a ese fin”, quiero decir aquellas actividades que reduzcan los riesgos que la humanidad corre en su camino hacia el futuro.

Como pensar es barato (hecho de gran relevancia económica), pensemos globalmente.

La primera objeción que surge cuando nos planteamos la posibilidad de “crear dinero” es que si cada país lo hace independientemente, sin control, se puede generar una competencia en esa dirección. Pensar es barato, así que la respuesta a esta objeción es que esta creación de dinero debería ser consecuencia de un acuerdo global. Como la crisis económica es global, no parece imposible encontrar la predisposición adecuada.

Segunda objeción: esto no se ha hecho porque “crear dinero genera inflación, eso es seguro”. Pero crear dinero no es en absoluto una innovación. Como hemos visto, el dinero se crea. Cuando todo va bien, lo hacen los bancos. En los últimos diez años, a través de una burbuja inmobiliaria global.

Y nadie se quejó mientras funcionaba.

Por otra parte, y éste es un punto clave, nos encontramos en un momento en que los economistas definen como de “oferta elástica”: el sistema productivo puede producir más. Estaba produciendo más hace sólo unos meses. Y la inflación no era un problema tan grande. ¿Por qué va a serlo ahora?

Tercera objeción: la auténtica causa de la inflación son los bienes indispensables y no renovables. Las materias primas, auténtica causa de la especulación.

Subtítulo: Avanzamos hacia la robustez del sistema social o hacia la desaparición

Esto es tan cierto como inevitable. Así que dediquemos el dinero creado a actividades que consuman pocas materias primas.

Imaginemos que imprimimos dinero con el que damos trabajo a un millón de trabajadores sociales. Y los empleamos, específicamente, en ofrecer una educación de excelencia y un sistema de salud de excelencia. Y una justicia. Y dedicamos parte de ese dinero al cuidado de ancianos. Y a proyectos culturales. Y de investigación.

Pero –pensar es barato– lo hacemos en todo el mundo. De esta manera estaremos seguros de que esos investigadores, en todas las especialidades, tendrán el dinero necesario para garantizar una solución al problema energético. También crearemos dinero que será usado para financiar el control de los procesos que generan CO², y financiaremos a cualquier institución que prevea las posibles catástrofes o simples amenazas que se ciernen sobre el planeta y sus habitantes. Y crearemos dinero para poner en práctica para hacer efectivas las conclusiones de esos investigadores.

Estaremos dedicando ese dinero, en suma, al bienestar social y a garantizar el futuro colectivo.

Lean de nuevo esos usos: ninguno de ellos es gran consumidor de materias primas.

Cuarta objeción: ¿de cuánto dinero hablamos? ¿Por cuánto tiempo? Si empezamos a darle a la máquina de fabricar dinero, ¿podremos parar? ¿Qué efecto tendrá esta acción en diferentes niveles?

Comencemos hablando de los individuos. ¿Cómo se sentirán si saben que sus hijos tendrán una mejor educación, si sus padres reciben los cuidados que necesitan, si conocen que el planeta está haciendo todos los esfuerzos necesarios para asegurar su persistencia, propiciando, así, un entorno favorable para sus descendientes?

¿Y qué pasará con el mundo económico, con el mundo de las finanzas?

Buena pregunta.

Las empresas... bueno, en lo que les toca, tratarán simplemente de atrapar la mayor cantidad posible de ese dinero.

Y, como hemos visto, el sistema productivo puede producir más.

Y aquí viene la segunda parte de la historia. Si el optimismo se impone, el ciclo económico se reactivará y, progresivamente, la creación de dinero por los bancos centrales será sustituida por el ciclo económico convencional. ¿En qué proporción? Difícil de responder. Pero siempre se puede parar la máquina.

Y se habrá ganado mucho por el camino.

Pero este dinero no será, como ha sucedido en los últimos diez años, producto de una burbuja especulativa. Tendrá equivalencia en bienes. Bienes futuros, es decir, garantía de continuar produciendo y consumiendo bienes en un futuro que se presenta más seguro. Ninguna empresa tendrá el futuro garantizado. Continuarán compitiendo entre ellas. Pero el conjunto de ellas habrá incrementado sus garantías de obtener beneficio futuro. Habremos encontrado la forma de incorporar al ciclo económico ese valor de futuro que significan los móviles e internet.

El proceso se puede argumentar de otra forma: avanzamos hacia la robustez del sistema social (si superamos las limitaciones de materias primas, los procesos de contaminación irreversible...) o hacia la desaparición. La segunda hipótesis es posible, pero irrelevante. El camino hacia la robustez implica la existencia de todos los servicios que garanticen esa robustez. Antes o después, necesariamente, serán creados.

Se ha dicho que, en los últimos meses, ha desaparecido una cuarta parte de la riqueza global. El margen de acción es grande. Así que, ¿qué tal si ponemos en marcha la máquina de imprimir dinero?

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