El legado de Antonio Gala
Querido amigo,
Quería escribirle una carta para darle las gracias. Perdóneme si no lo hago muy bien, si hay formalismos que desconozco o si no uso las palabras adecuadas. En mi generación, nunca hemos tenido el lujo de tener que enviar cartas. Y digo lujo porque una carta es más lenta, más sincera, tiene más. Una carta te quita el miedo y te da valentía. Como su carta a los herederos.
Supongo que yo soy ahora dicha heredera. ¿No le parece curioso el tiempo? Me lo parece a mí, y aún casi no lo he conocido. Tengo veinte años y cuando usted escribió este libro, mi madre, que nació en el 78, era la joven a la que se dirigía. Pero de eso han pasado casi treinta años, y la joven de hoy soy yo. Quería decirle eso, porque creo que es importante que lo sepa, que los jóvenes de ahora, los jóvenes de después, al menos una, ha recibido su carta.
No sé mucho de legados, pero si tuviera que elegir uno sería el de sus palabras. A mí siempre me ha gustado leer, pero lo que yo desconocía hasta que leí su libro es que el papel pudiera llegarte tan adentro. No se explicarle muy bien por qué, pero he llorado en todos los capítulos. Tanta distancia y nunca he sentido que nadie me hablara tan de cerca. Y es que usted sin conocerme, sin imaginarse siquiera a mi generación ha conseguido escribir algo tan íntimo que me desbordaba de emoción. Cuánta consideración al escribirnos a nosotros, cuánta humildad al hablarnos, cuánto amor, cuánto consuelo, cuánto que aprender. Usted me ha dado reflexión y me ha reconfortado cuando ni sabía que lo necesitara.
Creo que el sentido de la literatura, el sentido de escribir, es ese, entenderse; independientemente de las barreras, diferencias y tiempos. Y eso es lo que usted ha conseguido. Su libro es un ejercicio de humanidad. Gracias por creer en nosotros, gracias por incitarnos con suavidad a la rebeldía, sobre todo la interior. Gracias por pedirnos que no nos conformemos, gracias por darnos la mano y por plantearnos las preguntas necesarias. Gracias por su esperanza. Usted se preguntaba si sus palabras significarían algo para nosotros, si tendrían valor, y yo, treinta años después, le respondo que sí. Ojalá ser como nos imaginaba, fuertes y realistas, soñadores y fuertes.
Ojalá haberle escrito esta carta unos días antes y no este domingo de mayo, para que hubiera podido leerla. Por eso le pido que me perdone. Pero le prometo que no le olvidaré.
Con mucho amor y gratitud,
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