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«Sé feliz», una falacia

3 de Junio del 2023 - Carmen González Casal

No sé tú, yo estoy un poco harta de tanta frase positiva, a lo Mr. Wonderful, que te obliga a ser feliz, pintando la vida de rosa o de azul pálido: «La vida está hecha de momentos felices», leía no hace mucho en una taza. ¡Y mira que soy positiva! Sí, de las de la «botella medio llena», que procuro ver soluciones donde otros ven problemas, y evitar las quejas, que, además de ser cansinas, no conducen a nada.

Sin embargo, cada vez me gusta menos esa positividad de pacotilla, de baratos consejos de autoayuda, que crean expectativas infundadas que terminan haciéndonos daño, sobre todo, a los jóvenes que sin saber muy bien lo que quieren y desconociendo aún los rigores de la vida, se pueden dar un batacazo en cualquier revés que esta les propine. Golpe que les sorprende, cuando no les deprime porque no saben digerir una pequeña adversidad que nada tiene que ver con esa felicidad que, según este tipo de motivaciones, debe presidir -sí o sí- la vida de cualquier mortal.

Marino Pérez, catedrático de Psicología de la Universidad de Oviedo, hablando desde el sentido común que le caracteriza, nos da una pauta importante al respecto: «Se ha creado una atmósfera que acaba por convertir la felicidad en una obligación y la gente prefiere ser feliz a ser normal».

Sumario: Lo que verdaderamente da sentido a la vida

Destacado: Qué verdad más grande la de Pablo de Tarso: «Hay más felicidad en dar que en recibir»

Ahí está gran parte del “quid”, en esa normalidad de la vida, trufada de momentos felices -claro que sí-, pequeños sorbos cotidianos de felicidad que nos hacen disfrutar, pero también de situaciones costosas y difíciles, de frustraciones y perdidas, que se hacen cuesta arriba, de sonrisas y lágrimas, como el título de aquel mítico musical americano de los años sesenta, protagonizado por Julie Andrews y Christopher Plummer. Y no se hunde el mundo cuando toca pasarlo peor, porque cada dificultad, cada contrariedad, cada lágrima, cada fracaso nos ofrece, al aceptarlo, la oportunidad de crecer mediante un ejercicio libre de voluntad -tan en desuso en esta sociedad líquida y blanda-, que elige valientemente lo que le hace mejor persona.

Y es que, la mayoría de las veces, unimos la felicidad al tener, al comprar, al viajar, al disfrutar. La persona se convierte en un competidor, en un consumidor obligado a sentirse satisfecho ante algo contingente, que se acaba o nos cansa, produciendo en el interior un vacío, cuando no una necesidad de algo nuevo o distinto que mientras dura, satisface, pero como se termina nos avoca a un callejón sin salida, a ese hastío existencial que cansa, deprime o agobia.

Sin embargo, cuando lo que da sentido a la vida es el ser sobre el tener, el horizonte se amplía y las dificultades pasan a formar parte del aprendizaje que nos lleva a ser la mejor versión de cada uno. Valoramos entonces la felicidad que nos brinda la amistad, los planes sencillos en compañía de las personas que nos importan, un paseo ante el sensacional espectáculo de la primavera, una buena novela o un rato de soledad que no nos agobia porque, al tener un mundo interior rico, nos rehace por dentro.

Qué verdad más grande la de Pablo de Tarso: «Hay más felicidad en dar que en recibir». Seguro que has comprobado lo que supone hacer desinteresadamente un favor, ofrecer una ayuda, prestar un servicio a unos padres, a un amigo, a una persona que realmente lo necesita, aunque la conozcamos de muy poco. Y resulta que en ese dar hay renuncia, generosidad, sacrificio y, curiosamente, desde ahí contemplamos la verdadera cara de la felicidad, la que nos llena por dentro de alegría aún en medio, muchas veces, del dolor o de las lágrimas. «Hazte un favor y sé feliz», leía en una camiseta. Pero solo será favor si tenemos claro el verdadero significado de la felicidad.

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