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O trivializar o humanizar la sexualidad

6 de Diciembre del 2010 - Pedro Bengoechea Garín

Nos hemos quedado sólo con el titular más llamativo: “El Papa aprueba el preservativo”, sin entrar en el análisis de los matices y el contexto de unas palabras de Benedicto XVI en la entrevista con Peter Seewald. Pese a que en ella se habló de innumerables temas de interés, para la totalidad de los medios de difusión sólo había una noticia que capitalizaba la curiosidad informativa del día: el preservativo y su uso lícito en determinadas circunstancias. Entre expectación y asombro hubo que salir al paso, matizando, precisando, distinguiendo de todo lo que se comentaba en los primeros momentos. Pero las afirmaciones del Papa eran claras, matizadas, precisas. No había cambios revolucionarios ni la Iglesia claudicaba de su doctrina tradicional. Sólo en base al principio del mal menor, si bien los preservativos no son para la Iglesia “considerados como una solución auténtica y ética” para erradicar el sida, “pero en algún caso pueden ser, en la intención de reducir el riesgo de infección, un primer paso en un camino hacia otra manera, más humana, de vivir la sexualidad”.

El Papa, con estas palabras, no sólo no reformaba ni cambiaba la enseñanza de la Iglesia, sino que la corroboraba desde la perspectiva del valor y de la dignidad de la sexualidad humana. Para el Papa, la mera fijación en el preservativo supone trivializar la sexualidad, perder su capacidad de expresar el amor y convertirlo en una especie de droga que se administra a uno mismo. De ahí la humanización de la sexualidad frente a su trivialización, y que tanto insiste el Pontífice. Éste es el gran problema que conviene enfatizar: ¿qué sexualidad queremos?, ¿qué entendemos por sexualidad?, ¿cuál es su valor? La sexualidad no es un mero apéndice de nuestra personalidad. La abarca a ésta en su totalidad, siendo un modo permanente de ser, marcándola en todos sus planos: biológico, psicológico y espiritual, e introduciéndola en cotas cada vez mayores de maduración e integración social. Deja así a la genitalidad reducida a un mero componente y no precisamente de rango esencial de la sexualidad.

Subtítulo: La Iglesia mantiene su doctrina tradicional

Destacado: La sexualidad no es un mero apéndice de nuestra personalidad

Pero no termina ahí. La sexualidad es también considerada como complementariedad y comunión, que nacen de la unión total de dos personas y del diálogo de un “yo” con un “tú”, hasta constituir un “nosotros”. Ello indefectiblemente conducirá al amor y reciprocidad mutua, que desembocan, por lo general, en la llamada a la existencia de una nueva persona. Podemos afirmar, por lo tanto, que la sexualidad es amor y procreación, entendiendo que amar y procrear es una donación de la vida en el darse de las personas. Cuán lejos se halla esta forma de pensar y comportarse de algunas personas de aquella otra en que en el sexo no ven más elemento que el placer, el disfrute a tope y a cualquier precio, “sólo una especie de droga”, en palabras de Benedicto XVI, desvinculado del amor, que sería una deshumanización de la sexualidad.

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