Admiración
Hubo un tiempo en el que la mujer no se atrevía a destacarse, suponían que maquillarse demasiado o llevar un vestido muy ajustado atraía las miradas lascivas de los hombres, y podía hacerles pensar que esa mujer era cuando menos "casquivana" o "de vida alegre". Así las estrellas cinematográficas brillaban en todo su esplendor sin competencia, provocando el babeo masculino que también llamamos admiración. Como adolescente yo también buscaba a Ava Gardner en vivo, pero no es que no hubiese, es que no se atrevían a brillar. Lo más parecido era la profesora de Geografía en el instituto. Nos tenía a todos -por turnos- buscando el lápiz por el suelo pero con la mirada en el hueco de su mesa escritorio.
Más adelante aprendí dónde enfocar la verdadera admiración y puse mi mente y corazón en mi madre. No destacaba por su físico, destacaba por la fuerza de su personalidad, por su generosa entrega, bien por su familia o por cualquiera a quien pudiera ayudar; trabajadora inagotable, defensora de lo limpio, bueno y veraz. Como os podéis imaginar hace ya varias décadas que no la veo, pero aún vive en mí, aún despierta mi admiración.
Hoy en día, lo que despierta admiración en general apenas llama mi atención, he encontrado los tesoros por los que admirarme toda mi vida y en la medida que me pueda corresponder, corro las cortinas de lo excelso para que los jóvenes observen un mundo diferente, un mundo admirable como, por ejemplo, a través de metas como esta: "Es preferible un buen nombre a grandes riquezas; ser respetado es mejor que tener plata y oro" (Proverbios 22:1). Sin ningún rubor puedo afirmar que si se dedica tiempo y tesón para educar en principios, si se acompaña de amor, simpatía, y un poco de imaginación, los resultados pueden ser admirables.
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