¿Libertad de expresión?
Desde luego no para mí. E imagino que, en este aspecto, no soy la excepción que justifica la regla.
Como he repetido en muchas ocasiones anteriores, me gusta escribir y, en este momento de mi vida, el hacerlo no significa, únicamente, darme un gusto, ¡qué va! Es una automedicación sin cargo alguno para la SS.
El tiempo es un contenedor de reclamo permanente. Queriendo o sin querer, pero no puedes eludir sus exigencias. Y, claro, lo evidente, según el momento se atiende a su requerimiento.
Ya me gustaría, pero no me levanto para asearme, desayunar, ir al trabajo, regresar para comer, volver para rematar la jornada laboral, regresar para ponerme a machacar pelotas de tenis o para meterme quince kilómetros de relajado footing...
Nada de esto puedo hacer, pero el tiempo se pasa por donde le quepa lo que yo pueda o no pueda, él, a lo suyo: lléname con algo o muérete de asco.
No tengo mucho para elegir, muy fácil el escribir.
Lo hago, escribir. Una cartica a LA NUEVA ESPAÑA, ¡pero! Ya estamos, la libertad de expresión.
Lo hago, el escribir, cortándome al hacerlo, mas ni por esas. Tantas y tantas cartas con las que no podré llenar mi tiempo leyéndolas.
¿Libertad de expresión? Como todo lo demás, para según quien. Abrir los ojos u oídos significa permitir la entrada a la antología del disparate, que ¡ese! si goza de la susodicha libertad.
Libertad de expresión... Ya lo sé, José.
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