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Humanizar la asistencia sanitaria

18 de Junio del 2023 - José Antonio Flórez Lozano

“Homo homini sacra res” (El hombre es algo sagrado para el hombre)

Séneca

Sumario: A favor de una práctica sanitaria que no olvide su dimensión espiritual

Destacado: El vertiginoso progreso de la tecnociencia durante el presente siglo ha conducido a una profunda transformación de la praxis clínica que arrasa la dignidad humana

Los profesionales sanitarios participan de los valores imperantes en la sociedad actual globalizada en la que el hombre, en general, sufre un profundo desencanto por la reducción y/o desaparición de los principios éticos y morales, así como el desvanecimiento de los valores (vocación, sinceridad, honestidad, respeto, confidencialidad, responsabilidad, compromiso, sacrificio, trabajo, ilusión, amistad, sensibilidad, generosidad, capacidad de ayudar, etc.) y, naturalmente, esto influye en la profesión ya que bajo la tiranía del nihilismo ya no queda un espacio “reflexivo” en nuestra mente para la virtud y la moral, es decir, para la humanidad. Por lo tanto, la inexistencia de algunos valores en la actualidad se traduce en una progresiva despersonalización de la praxis clínica y en la destrucción de la dignidad. También el “burnout” y el cansancio del médico, así como los criterios economicistas y productivos se sitúan por encima del bienestar del enfermo, incrementando la deshumanización y “cosificación” del enfermo. Básicamente, son dos los valores profesionales que resultan centrales en la práctica médica: la virtud aristotélica de la “phronesis” (una suerte de sabiduría práctica) y el respeto por las personas que englobaría actitudes como la compasión, la honestidad, la confianza y el derecho del paciente a sus propias elecciones médicas. La información y comunicación al enfermo es una necesidad que va más allá del puro trámite burocrático, dejando constancia de que el mundo de los sentimientos y emociones debe imperar en cualquier proceso de comunicación siendo, por tanto, uno de los aspectos fundamentales a tener en cuenta.

La práctica sanitaria actual aparece estrechamente vinculada al avance técnico y científico (“fascinación tecnológica”) y conlleva una insospechada capacidad de poder sobre las personas. El contacto y el “encuentro” con el enfermo se han instrumentalizado, dejando de lado la esencia del acto médico. La humanización implica ofrecer una asistencia integral, atendiendo también la dimensión espiritual. Humanizar es proteger la dignidad humana, coherente con los valores peculiares e inalienables del ser humano. Humanizar es ofrecer un encuentro amable, cálido, humano, acogedor; es una conducta que despliega cariño, amor y ternura. Sin embargo, la ciencia sin ética es ciega y por ello deshumaniza. Además, la alta tecnificación de la medicina ha conducido todos los esfuerzos de los médicos hacia la competencia científica, la innovación tecnológica y el conocimiento superespecializado en detrimento de la atención personalizada a los pacientes, a la persona enferma y a sus necesidades psicológicas y humanas. Ese poder, en ausencia de unos claros referentes éticos, puede conducir al vértigo del dominio y la manipulación más deshumanizante y cruel, en lugar de lo que realmente debiera ser: el servicio más noble, honorable y dignificante y de encuentro con la verdadera esencia del ser humano. La deshumanización implica centrarse casi exclusivamente en la enfermedad, olvidando la persona enferma. Los médicos se sienten cada vez más dependientes de la tecnología y menos predispuestos a una comunicación integral (¡valoración!) con el paciente. Sin embargo, la comunicación con el paciente es el medicamento esencial para la satisfacción y el bienestar físico y emocional. Humanizar es también desarrollar la capacidad de construir relaciones personales duraderas con cada paciente, basadas en la confianza; es, en fin, la atención y cuidados basados en el respeto y la cercanía. La humanización en el trato corresponde al cuidado y a la atención minuciosa al paciente. Es hacer sentirse a una persona como tal, en lo más profundo del ser humano, a través de la autoestima, confianza, cariño, amistad, apoyo y seguridad. Nuestro cerebro tiene hambre de comunicación, de caras risueñas, de ojos compasivos y de un tono afectivo. Sin embargo, no será adecuado si todo ello no está sustentado en una base firme de actitudes como la empatía (intentando comprender al paciente), la confianza mutua y el respeto a los valores del paciente y a su autonomía, porque lo principal es la relación de confianza entre el profesional sanitario y el paciente. La empatía no consiste solo en escuchar, requiere saber que no se sabe nada, reconocer un horizonte que se extiende más allá de lo que uno alcanza a ver. La empatía es una forma esencial de humanizar la asistencia, de velar por alguien, pero no es la única, y no siempre es suficiente. El humanismo en términos generales se define como “actitud centrada en el interés de lo humano, en el pleno desarrollo y bienestar de lo que el hombre sencillamente es”. Pero, en la clínica actual, la comunicación, y en especial el lenguaje del gesto, está siendo reemplazado por el de las máquinas; vivimos en una orgía digital, donde hasta el pensamiento se digitaliza, tal vez “el homo sapiens haya sido sustituido por el homo digitalis”. El vertiginoso progreso de la tecnociencia durante el presente siglo ha conducido a una profunda transformación de la praxis clínica que arrasa la dignidad humana. Un anónimo en el siglo XV aseveró que la función del médico se resume en: curar a veces, mejorar a menudo, y consolar siempre. Humanizar es consolar; el consuelo al enfermo no debe faltar jamás. En este sentido, debemos recordar las palabras de William Shakespeare: “La mejor medicina del desdichado es la esperanza”. La humanización de la asistencia se sustenta en la dignidad del ser humano: respeto, reconocimiento, autoestima y autonomía personal. La humanización cristaliza en un trato humanitario; una conducta que implica regalar tiempo, aceptar al paciente, valorar sus sentimientos, darle amor y ternura y ayudar generosamente a enfermos y familiares. Para potenciar esa actitud humanitaria, es esencial optimizar la comunicación interpersonal, ya que será una de las herramientas terapéuticas imprescindibles para alcanzar la satisfacción del enfermo, como resultado de un trato humano, individualizado y afable, que les hacen sentirse personas únicas, en la medida en que se atienden sus necesidades particulares y se logra su bienestar y curación. Ofrecer al paciente un trato humanitario y de alta calidad no solo es un compromiso ético de la profesión sanitaria, sino que, además, resulta de gran utilidad para poder diseñar mejor los procesos terapéuticos y asistenciales en la dirección de las necesidades reales de cada enfermo y, también, para lograr una mayor comprensión y adhesión al tratamiento por parte del paciente. Es necesario, por lo tanto, una infraestructura humanizada para poder dar apoyo emocional al paciente, mantener su intimidad, asegurar el confort ambiental, fomentar la comunicación y orientación espacio-temporal y personal del paciente y disminuir su estrés favoreciendo la recuperación de la enfermedad.

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