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En recuerdo de Blanco Arboleya

10 de Febrero del 2009 - Heradio González Cano (Oviedo)

En la muerte de un ilustre letrado ovetense, Jesús María Blanco Arboleya, fallecido el pasado 27 de diciembre, digno de todo reconocimiento, de lo que algunos tuvo en vida. El ilustre Colegio de Abogados de Oviedo debería honrar su nombre con una placa por su ejemplar labor realizada en principio, cuando de 1967 a enero de 1972 fue designado bibliotecario-contador, comenzando en este mismo mes y año, terminando en julio de 1987 de oficial-letrado de nuestra prestigiosa institución. Cargo al que sustituyera como oficial-mayor, con diligencia y eficacia hasta ahora, don Ángel Menéndez González. Por acuerdo del 9 de agosto de 1975, según solicitud de la honorable junta, le fue concedida la Gran Cruz de San Raimundo de Peñafort. En estos momentos de compañeril duelo vale la pena recordar la interesante carta que el inolvidable decano don José Escotet Cerra le escribiera (16-05-1987) en contestación a la del hoy causante, de fecha 13 del mismo año citado y mes, donde éste le comunica oficialmente sus deseos de pasar a la situación de letrado no ejerciente, y a la que contesta muy apenado el cordial receptor... «quiero dejar manifiesta constancia de mi sentimiento por tu decisión»... Por eso, precisamente, es por lo que lamento que dejes de estar en actividad, porque eres de los letrados que ha dejado imborrable recuerdo en este ilustre colegio, y puedo afirmar que su conducta es paradigma de lo que un buen abogado debe ser... por lo que me honro en disfrutar de tu amistad y de ser colega de esta bella profesión nuestra. Muchas gracias por cuanto nos enseñaste...». ¿Merece o no una placa para recordar a esa ejemplar personalidad? Esperamos que en la actual junta de gobierno un eco de positiva contestación habrá, indubitadamente, de tener, por justo merecimiento.

Vaya «inocentada» tan real que nos has dado querido Jesús, cuando al día siguiente de tu verídica defunción una gran esquela aparecía en LA NUEVA ESPAÑA, y a los ojos sorprendidos nos parecía irreal. Recuerdo la última vez que hablé contigo telefónicamente para felicitarte por tus otoñales años, pues te volabas nada menos que 86. Te saludaba con cariño, como siempre, manifestando con buen humor «que a esa edad muy pocos suelen llegar»... Sonreías emocionado como si aún fueras un niño o joven en plena pubertad... Al otro lado del hilo tu cara siempre adusta (de pequeño león, como te solía decir) la pude sentir cambiada, sonriente, alegre, como tú en la intimidad con tu familia y verdaderos amigos, tu buen humor asturiano, jamás podías reprimir; bien que lo sabían tus dos hogares. La Frecha en Lena y en la calle Jovellanos de Vetusta, de tus parroquianos y admirados Pérez de Ayala y Clarín... «Ven a mi casa», dijiste..., «te debo un vino, o lo que el cuerpo aguante, faltaría más». Pero como era ya algo tarde, a la cita, qué pena, pienso ahora, no pude asistir. De todas formas, pensaba, lo veré cualquier día en el Cibercafé o en Casa Conrado, donde casi siempre solía ir... Ahora, siendo 31 de diciembre, al terminar para siempre el año 2008, no sabes cuántos recuerdos a mi memoria invaden, como cuando con cariño nos atendías junto con tu amada Berta, a doña Olivina, a don Víctor y a demás familia Valdés. Tal vez sería servidor el menos indicado para esta crónica luctuosa públicamente relacionar, pero, humildemente, con respetos debidos, estoy en superior y sentimental obligación, ya que Jesús María fue hace casi tres décadas mi padrino de incorporación al ilustre Colegio de Abogados por cordial petición de don Teodoro López-Cuesta, rector magnífico de la Universidad ovetense a la sazón, mi querido profesor que había sido más de treinta años atrás, como de otros estudiantes hispanoamericanos, todo un maestro sabio, docente ejemplar, orientador... Quien sabiendo de mi personal desgracia, venía al exilio desde mi ensangrentada patria, de una penosa guerra civil sandinista, donde unos contra otros, como en la guerra civil española, a muerte inenarrable nos dimos, buscando una mejor, popular y cívica situación; lid terrible, donde «hermanos contra hermanos» fuimos émulo del lobo de Gubbia del que en versos inmortales nos describe en los «Motivos»... la pluma de Rubén; liza en la que, precisamente, un religioso asturiano, el reverendo padre Gaspar García Laviana, un año antes del triunfo revolucionario (1978-1979), cambiara inexplicablemente para los católicos de la rica y mal administrada nación la voz de Dios por el fusil mata gentes, el mismo que en la manigua de Rivas, frontera con Costa Rica, fatalmente a él eliminó... Sabedor de esta historia resumida, así como Jesús María, el inolvidable decano don Carlos Botas y el secretario Justo de Diego Martínez, todos a una, dieron su apoyo colegial incondicional. Por eso y por la gran amistad cultivada, me siento en el derecho de escribir ante un dolor que sólo siente la familia y una verdadera amistad... Así, entristecidos, acompañamos el recuerdo de Jesús ya convertido en cenizas, en la oscura iglesia de Santa María La Real de la Corte, donde duerme el sueño eterno el mismísimo Feijoo. Permite, ahora, recordarte con unos versos escritos por un exquisito poeta de Luarca, el primer amigo a quien me recomendaste cuando te pedí el favor en mi primera salida de litigar, para ganarme el pan del vivir, y que me atendió como si hubieras sido tú, tal su condición de jurista cabal, y que no ha muchos días ha dejado cuatro libros a la posterioridad, donde las cuatro estaciones magistralmente nos obligan a meditar, tal la última del año: «Invierno» (31 de enero de 2008, que al nacer ahora el 2009 cumple un año), de Román Suárez Blanco, que también ha sentido tu partida, como Amparito y familia, lee no más: «Cuando llega esta hora / y el día ya ha dejado de serlo, es / umbral de la noche, / cuando nada es seguro, / ni siquiera que haya mañana...». Te queremos y recordaremos siempre, ¡Jesús!

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