Suicidio
Muere joven aquel que al cielo es grato. Ojalá, esta bella y también dramática frase -atribuida a Menandro- no tuviera cabida en nuestros días. Pero, maticemos, en la época del poeta pudo ser adecuada: epidemias y enfermedades diezmaban a jóvenes y débiles; no era un fin buscado, sino aceptado.
Y es la muerte, en forma de suicidio, la que se implanta y adapta a cada época, incluso puede ser hasta exquisita aprovechándose del romanticismo e idealismo del siglo XVIII: el joven Werther, creado por Goethe, fue un ejemplo tristemente imitado. Pero, es ahora, en el siglo XXI, donde la muerte se alía con la cruda realidad, ese peaje de vivir en una sociedad deshumanizada que evita involucrarse, no escucha y huye de la angustia ajena. Así pues, es el silencio lo que recibe un joven acorralado por el sufrimiento.
En la corta vida de un adolescente debería haber más esperanza que recuerdos y, sin embargo, es precisamente la esperanza la que herida con desdenes, vacíos, abusos y carencia de afectos le lleva a un callejón sin salida, donde la agonía silenciosa corre el riesgo de aliarse con la muerte.
Cada uno de nosotros tenemos un mundo interior blindado a los demás; puede ser un tesoro o nuestra cárcel, y todo lo que alimente ese encierro y aislamiento, tarde o temprano, pasa factura, llegando a sentir la inutilidad de la esperanza.
Así pues, ¿qué es lo que falta y qué es lo que sobra? Quizá sobran cosas materiales y falten las invisibles, pero imprescindibles: confianza, protección, disciplina, seguridad... estas carencias, patrimonio de las ciudades, se alían con nuevas costumbres peligrosas y negativas dejando a un lado la educación de los sentimientos y sensibilidad, tan necesarios para un desarrollo mental sano.
Todas estas ausencias pueden crear un caos, una desviación inapropiada que se debe atajar a tiempo. El joven no es culpable, sino su entorno, y somos los padres, docentes y toda la sociedad los que tenemos que estar involucrados. Cada uno tendrá su punto de vista individual, pero en lo que todos debemos estar de acuerdo es en proteger esa alma cautiva en la desesperanza.
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