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Asturias, paraíso matorral

2 de Diciembre del 2010 - Amable Fernández González (Soto de Agues (Sobrescobio))

Escrito estas líneas en respuesta a la situación de acoso y derribo que estamos sufriendo los ganaderos asturianos en virtud de la aplicación del art. 66 de la ley 3/2004 de Montes y Ordenación Forestal del Principado de Asturias, al amparo de la cual la Administración regional establece acotamientos en los terrenos comunales que hayan sufrido incendios, lo que se traduce en la prohibición de soltar ganados a dichos espacios, en la exclusión de las hectáreas afectadas de las llamadas «licencias de pastos» municipales, y en la sanción con 120 euros a las cabezas de ganado que allí se hallen pastando.

Esta situación, que priva a los ganaderos asturianos de la utilización de su recurso productivo más importante, el monte, es el resultado de un proceso prohibitivo de la práctica ancestral de quema localizada de la vegetación espontánea que invade los pastizales comunales; me explico, nuestros antepasados, las generaciones que labraron los paisajes que tan orgullosamente hemos encuadrado bajo diferentes categorías de protección ambiental, utilizaron el fuego de manera selectiva y controlada, eliminando determinadas manchas de matorral que tenían la tendencia a invadir «carbas», «cuestas» y «puertos», proceso que no entrañaba riesgo alguno, en tanto que aquellos retazos de matorral estaban rodeados de los extensos cortafuegos naturales que constituían las áreas de pasto, las cuales antaño representaban la parte más importante de los montes asturianos. La prohibición y negación sistemática de ésta y otras prácticas de aprovechamiento tradicional de nuestros montes, como la roza y recogida del «estru» o «muyíu» para hacer la cama del ganado, se ha materializado en un embastecimiento de las superficies de pasto por matorralización, hasta el punto de convertirse el matorral en la formación dominante, convirtiendo a los montes en espacios intransitables para personas e improductivos para los ganados y colocándolos en una situación muy vulnerable; las toneladas de biomasa arbustia altamente inflamable que se acumulan año tras año implican un elevado riesgo de incendio, pudiendo afectar éstos incluso a superficies arboladas, pues los cortafuegos naturales generados por pastoreo, que anteriormente hemos comentado, ya no existen, y estas densas manchas de matorral actúan como conectores entre las diferentes formaciones vegetales de los ecosistemas de montaña.

Ante esta situación de desprotección real de nuestros montes, la Administración ha optado por una política estática de la conservación, que ha contribuido a la aceleración de este proceso de asilvestramiento; valga el ejemplo de la gestión del lobo, basada en una protección a ultranza del depredador, que ha supuesto la práctica extinción de los rebaños de «reciella» (cabras y ovejas) que pastaban por los comunales, y que actuaban como auténticas desbrozadoras domésticas manteniendo el matorral a raya. A esta política de montes prohibitiva e inmóvil se suma el abandono presupuestario en lo tocante a inversiones encaminadas a una mejora en la productividad de nuestros pastos comunales, tales como desbroces, cortafuegos, colocación de puntos de agua, sistemas de manejo ganadero (mangas y rediles), entre otras, con las que a la par que se mejoraría la seguridad medioambiental y se generarían puestos de trabajo indirectos, tan necesarios en las economías rurales, se contribuiría al aumento de la rentabilidad de las explotaciones ganaderas.

Las causas que pueden desencadenar un incendio no siempre tienen que responder a intereses ganaderos, pueden ser naturales (un rayo o un cristal expuesto a una elevada insolación), debidas a descuidos (un turista que tira una colilla o deja los restos de barbacoa mal apagados), o intencionadas por agentes ajenos al mundo ganadero (como se ha demostrado en otras comunidades autónomas donde las brigadas forestales daban fuego al monte para asegurarse el nicho de negocio que suponía la extinción de incendios). Me pregunto: ¿si un incendio responde en Asturias a cualquiera de estas causas o a otras ajenas al mundo agrícola, tenemos los ganaderos que acarrear con los costes derivados de la aplicación de la normativa referida?

Para terminar quiero reiterar que aquí no se está haciendo apología del fuego como herramienta para generar pastos, sino denunciando la incoherencia de la aplicación de dicha norma y llamando la atención sobre el estado lamentable en el que se encuentran los montes asturianos, a día de hoy tierra de nadie, a la vez que exigiendo a la Administración regional una política activa de gestión y ordenación capaz de hacer de ellos un elemento generador de empleos y rentas, contribuyendo así decididamente a su conservación efectiva.

Amable Fernández González, Sobrescobio

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