Después de la debacle
Nadie se lo creía, ni los vencidos ni los vencedores, pero como acostumbraba a cerrar los telediarios cierto presentador, "así son las cosas y así se las contamos", aunque lo que nos contaba tenía mucho más que ver con sus deseos que con la realidad.
No pretende este servidor entrar en el análisis de lo sucedido, lego que me considero en la materia, más tampoco voy a renunciar a ejercer mi derecho a la libertad de expresión y al menos estoy convencido de que será bastante más objetiva que la de tanto enteradillo. Soy de la opinión de que las elecciones, a menudo, no las gana el partido vencedor sino que las pierde su rival, y ello por razones muy diversas.
- El PSOE ha perdido las elecciones autonómicas y municipales del 28M, pero no tanto como pudiera parecer, los verdaderos perdedores estarían en esa amalgama de siglas a su izquierda, ese hazmerreír de reinos de taifas que juntos suman, pero separados restan y no son nada. Desde luego, la Belarra, la Montero y su ideólogo el Iglesias se han cubierto de gloria, pero como solo miran a su ombligo, su suerte ya está más que echada. Apenas unos días después de que el presidente Sánchez nos haya metido a calzador una nueva cita con las urnas, vamos a comprobar si son capaces de algo sensato, si se impone el criterio de Yolanda Díaz de que sumar sigue siendo la primera de las reglas aritméticas, de que dos más dos siguen siendo cuatro en contraposición de las que se empecinan en querer demostrarnos que no, que ahora lo que prima es la resta, o sea, dos menos dos igual a cero. La solución, a la vuelta de la esquina.
Si bien esta victoria parece catapultar a Feijóo y Abascal hacia ese ansiado cambio, que no nos vendan la piel del oso antes de cazarlo, y ocurra lo que ocurra el 23 de julio no voy a cambiar el concepto que me merecen algunos de esos políticos, y así, filias y fobias aparte, vengo en decir:
- A la presidenta de la comunidad madrileña la tengo por una política superambiciosa, un figurín muy corto de entendimiento, que gusta de meterse en todos los charcos y que cada vez que abre la boca suelta una ventosidad que se compadece mal con esa imagen de querubín que en modo alguno podemos negarle.
- El alcaldillo Sr. Almeida, y sin el menor ánimo de insulto, me parece un saltimbanqui, sin porte ni figura, charlatán en demasía y con una gestión con más sombras que luces. A la una y al otro, que les aprovechen sus recientes mayorías y juntamente con los listillos madrileños, que con su pan se lo coman.
- Y por último su jefe de filas, del que no hace nada dudaban hasta los suyos, no creo que de súbito haya hecho méritos para cambiar de parecer; lo sigo teniendo por un gallego aldeanizado, al que cuanto más lo acicalan más rancio nos lo ponen, un político chusquero como aquellos sargentos de la vieja mili, de escasa formación como ya nos ha demostrado con sus continuos gazapos y con esa oratoria de turuta con sordina que para nada mueve pasiones. Si al final alcanza ese ansiado sillón de la Moncloa, cuando se vea obligado a visitar las cancillerías de los países de nuestro entorno nos va a deparar muchas vergüenzas.
Y como no pienso tirar piedras a mi propio tejado, que eso ya lo hacen de lo lindo muchos de ustedes, doy por concluido mi relato, con la promesa de que el próximo día hablaremos del Gobierno.
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