Enfrentándonos a la muerte
He pasado por el quirófano muchas veces, os aseguro que he temido más a quedarme inválido que a la muerte. Creo que la muerte es un tema que tratamos huyendo de cualquier reflexión formal. ¿Por qué no informarse para tratar de entender si hay, o no hay, o que es lo que hay después? Ofrecer consuelo llegado el caso con leyendas o tradiciones no es muy correcto ni muy esperanzador.
Un amigo mío llamado Dieter perdió un hijo por un cáncer que según él le produjeron las fresas salvajes que tomó durante unas vacaciones en Hungría, poco después de la catástrofe de Chernóbil. Sus sentimientos de culpa le llevaron a no compartir con nadie la despedida, ni siquiera con los abuelos. Perder un hijo puede desatar nuestro yo más desesperado e irracional. Tuve que volar hasta Berlín. Lo que podía decirle... eso lo puse en manos de Dios. Estuvimos hablando hasta que recuperó las ganas de seguir luchando, y ya me vine con un vestigio del recientemente caído muro de Berlín.
Poco antes de la pandemia me llamaron una noche del hospital, mi amiga Bianca me requería. Bianca no tuvo hijos ni... Cuando llegué, la médica y las enfermeras estaban despidiéndose de ella; la ternura, los besos y sus palabras sinceras me conmovieron. Cuando nos dejaron solos, le pregunte: ¿Tienes miedo? Levantando levemente la mascarilla de oxígeno, me respondió: No tengo miedo, estoy lista. Cerrarás los ojos -le dije- e inmediatamente los volverás a abrir, porque en la muerte no existe el tiempo, (Eclesiastés 9:10) (Ezequiel 18:4) y los abrirás en la resurrección (Hechos 24:15) cuando el Reino de Dios gobierne la Tierra, lejos ya de este sistema fallido.
Una vez que quede totalmente demostrado que al margen de quien sostiene el universo no hay vida, los que confíen en que su Creador es quien nos enseña lo que está bien y lo que está mal serán librados de la herencia de muerte que dejó Adán (Génesis 2:7-9,17). El precio de “alma por alma” lo pagó Cristo para que quien hubiera tenido la oportunidad de respetar la condición de no comer del “árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo” pase así a ser hijo de este segundo Adán (1 Corintios 15:21,22). De otro modo, estamos a merced del calentamiento global irreversible, y de la falta de conciencia humana. Hay un rescate (Mateo 20:28), pero hemos de demostrar que lo queremos. Merece la pena. “Con eso, oí una voz fuerte desde el trono decir: “¡Mira! La tienda de Dios está con la humanidad, y él residirá con ellos, y ellos serán sus pueblos. Y Dios mismo estará con ellos. Y limpiará toda lágrima de sus ojos, y la muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor. Las cosas anteriores han pasado” (Apocalipsis 21:3, 4). Con esa esperanza que Dios nos da, podemos enfrentarnos a la muerte.
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