Horrores, errores y terrores
Hace poco más de un mes, mientras que la OMS decretaba oficialmente el fin del estado de emergencia internacional motivado por la covid-19, fuentes vinculadas a este organismo comenzaban a anunciar la apertura de nuevas cajitas de Pandora con la inquietante precisión de los profetas poseedores de buenas fuentes de revelación y la soberbia resolución de la autoridad legítima e incuestionable que no es (pero que podría llegar a ser). Así ha sido, tanto en lo relativo a la inminente llegada de "otro patógeno emergente con un potencial aún más mortal que el SARS-CoV-2" como en lo concerniente a sus planes marciales para imponer, bajo su mando único, sobre cualquier otra competencia y con mano férrea, una serie de medidas fuertemente restrictivas de carácter universal "para evitar errores y terrores" similares a los vividos desde hace casi cuatro años.
Con los antecedentes de todos conocidos y por todos sufridos en mayor o menor escala, y con estas perspectivas, los más resabiados de nuestra especie podrían estar suponiendo que alguien, en alguna parte y de algún modo, llevaría ya tiempo trabajando voluntariosamente para que tan controvertido organismo no quede mal en sus profecías; bien tratando de localizar por la fauna exótica nuevos bichitos con ganas de promocionarse y saltar accidentalmente al escenario, bien buscando tres pies a la espícula de viejos conocidos del bioterio para "mejorar" sus capacidades y competencias. O que algunos otros, desde una perspectiva más práctica, podrían estarán echando cuentas sobre el número de dosis de nuevas vacunas adhoquizadas, redosis, refuerzos, recuerdos mil y megastocks preventivos, que podrían colocarse en un mercado mediatizado -si no cautivo- en función de rocambolescas sinergias, así como de los índices de pánico, desinformación y sobreinformación que se puedan alcanzar llegado el momento. O, también, cabría maliciar que algunos otros huéspedes del nuevo Olimpo podrían estar haciendo frías estimaciones sobre el porcentaje de excedentes de cabaña que deberíamos ir preparando las maletas y el pasaporte, ya que está en las nuevas escrituras (de puño y letra de autoungidos evangelistas, casualmente muy próximos a organizaciones que no solo deberían ser vírgenes, sino parecerlo) que en "el planeta" sobramos, como poco, la friolera de cuatro mil millones de pringosas huellas de carbono.
En condiciones no ya ideales, sino normales, elucubraciones como estas podrían abrir y nutrir nuevas líneas argumentales de ciencia-ficción, toda vez que en estos últimos años hemos podido comprobar cómo los relatos futuristas ya clásicos se veían superados por la cruda realidad en el plazo de semanas. El hecho es que, en el contexto de una embestida global, globalizante y globalista, esos errores de gestión pandémica, denunciados genéricamente por la propia OMS, aderezados por las singularidades de cada cocina nacional (busquen ejemplos), podrían ser superados por una realidad repugnante, donde el poder, la ciencia y la política -empresas, instituciones y particulares- podrían prostituirse sin duelo ni control. La verdad es que uno se llega a sentir un poco incómodo como conejo de indias, no solo en brazos de una madre Natura enrarecida sino en manos de sus más pretenciosos y perversos gestores.
Dicho sea con apremio, pero con todo cariño y el debido respeto, si Dios no acaba de una vez sus vacaciones, sus ya largos ejercicios espirituales o lo que venga ocupando su atención, y pone remedio por métodos clásicos en esta parte de las galaxias, temo que todavía viviremos (mientras nos dure la cuerda) acontecimientos que nos helarán lo que nos vaya quedando de sangre.
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