Los gobiernos humanos no pueden salvarnos de su propia incapacidad
Las formas de gobernar el mundo han conseguido que la contaminación -causa del irreversible calentamiento global- este amenazando la vida en la tierra. Según la O M S, es “el riesgo para la salud más importante del mundo”. Quienes administran los recursos que produce el planeta son responsables de que no se distribuyan para atender las necesidades de la población. Según Josette Sheeran, de la ONU, “un mundo hambriento es un mundo peligroso. Ante la falta de alimento, la gente solo tiene tres opciones: sublevarse, emigrar o morir”.
Ochocientos quince mil millones de personas pasan hambre, y dos mil millones viven sin saneamiento y agua potable, cuando bastaría con dedicar cada año 1,5 dólares por persona para que no vivan como animales, y unos 2,0 dólares por persona para garantizarles la atención médica esencial y la alimentación. Pasando del gasto en armamento, solo en publicidad en un año reciente se gastaron en el mundo 435.000 millones; más de 70 dólares per cápita en publicidad. Reducir la publicidad por sanidad y alimentación no está en el orden de las prioridades políticas. Tampoco volver a los valores tradicionales aunque haya en el mundo nueve millones de reclusos.
En la Unión Europea, un 25% de los niños nacen fuera del matrimonio, y a unos cuantos, su padre los dejó huérfanos de madre, o la madre los hizo huérfanos de vida. El temor es ahora el sentimiento más generalizado, el crimen, el hambre, el derrumbe moral, la desintegración familiar, la contaminación de la tierra... ¿Seguirá el futuro de la humanidad en manos de los que la gobiernan?. “El hombre ha dominado al hombre para perjuicio suyo” (Eclesiastés 8:9). Solo queda una esperanza: La palabra de Dios asegura que muy pronto terminará tanto la forma en que se distribuyen los recursos como la manera en que se administra el planeta (Daniel 2:44; Mateo 6:9, 10). Sin esa esperanza, ya podemos ir diciéndonos adiós.
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