Carta abierta a Emilio García
Hace escasos minutos que recibí la noticia del fallecimiento de Emilio, y desde entonces me aprieta un nudo en la garganta con todas las cosas que ya nunca le podré decir. Aunque en Avilés la mayoría de la gente lo recuerda por su faceta de entrenador de baloncesto, yo lo conocía por algo no menos importante: su trabajo como profesor en el colegio Santo Tomás. Aparte de jefe de estudios, fue mi tutor en quinto y sexto de Primaria, y durante ese tiempo tuve la suerte de conocer al que puedo decir, sin lugar a dudas, que fue el primer profesor que me marcó. Recuerdo que por esos años cayó en mis manos un libro en el que un sabio explicaba (con muy buen criterio, por cierto) las características que debía cumplir un buen maestro, y yo iba repasando las que tenían los míos. Hace ya quince años de aquello, pero recuerdo que algunas de ellas eran la inteligencia, el saber despertar el interés por aprender, la cercanía, ser consciente de que por encima de todo se está educando a personas... ¡Emilio cumplía con todas!
Emilio, como digo, fue el primer profesor al que admiré. No digo que antes de él no hubiera otros buenos maestros, pero ninguno me había llegado tanto. Haciendo un poco de reflexión, creo que la clave estaba en que, más que por su autoridad, lo respetábamos por su forma de ser y por su manera de enseñar. Emilio, que nos daba Matemáticas y Conocimiento del Medio, conseguía que todos esos conceptos que a priori podrían resultarnos ajenos o abstractos se convirtieran en algo propio y tangible; hacía que, de repente, todo estuviera a nuestro alcance. Pero, más allá de todo eso, lo que conseguía era transmitirnos un modelo, una forma de ser, una manera de hacernos conscientes de que éramos ciudadanos del mundo, como a él le gustaba decir. Por motivos que no vienen al caso fueron años complicados para mí, y en todo momento me sentí apoyado, respaldado y protegido por él, que me ayudó mucho más de lo que era capaz de entender.
Aunque él nunca lo ha sabido, la vida me ha llevado a dedicarme también a la enseñanza (de Secundaria, en mi caso). En los años que llevo en el oficio he aprovechado muchas de las técnicas que aprendí de mis profesores, y a día de hoy sigo aplicando cosas que veía hacer a Emilio. Seguramente él nunca me habría imaginado dando clases de Lengua y Literatura, asignatura que en aquellos años suspendía y odiaba a partes iguales (y que no me daba Emilio, por cierto), pero espero que si pudiera colarse en una de mis clases supiera ver todo lo que, sin él sospecharlo, me transmitió. Y es que, aunque también debo mucho a mis profesores del colegio Paula Frassinetti, gracias a Emilio sentí por primera vez el gusto por la docencia.
Me quedan muchas cosas que agradecerte, Emilio, y siempre te deberé un encuentro en el que hablar de los viejos tiempos. Solo espero que, allá donde estés, te lleguen mis palabras y que puedas sentirte tan orgulloso de tu labor docente como tus alumnos lo estábamos de ti. Que la tierra te sea leve, amigo.
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