De ser a no ser
Ábate qué cosas pasan, no para uno de sorprenderse; resulta que, por aquello de la dislexia dactilar, a la hora de teclear en el ordenador la palabra "otherthink" puse "otherkin" que, al parecer, es el nombre de aquellas personas que creen poseer una identidad parcial o no completamente humana, lo que corrobora lo fértil que es la imaginación hasta en la esfera de los disparates y desvaríos.
O sea, que, además del ya de por ya disparatado asunto de los géneros, de número incalculables, hay que añadir este nuevo producto de la ingeniería social salido de algún macabro laboratorio donde se practica tal ciencia sin orden ni control.
Pero sigamos con el tema. Era la primera noticia que tenía sobre la existencia de tales seres poco humanos, a pesar de lo que su anatomía proclama, cuyo nombre inglés significa otra especie u otro linaje. Por asociación de ideas me recordaba la semejanza con ciertos personajes fantásticos de novela o de cine de miedo, como vampiros o licántropos, que se convertían en lobos en las noches de luna llena, cuyas vidas acababan en la última página del libro o con la aparición de "Fin" en la pantalla.
Ahondando más sobre el asunto, resulta que los individuos "otherkin" son seres con características físicas humanas, que se identifican mentalmente con criaturas mitológicas o con criaturas de la cultura popular como: dragones, bestias fantásticas, elfos, hadas, duendes, enanos, extraterrestres, ángeles o diferentes animales ya sean domésticos o salvajes, además de vampiros y hombres lobo. Algunos de ellos piensan que nacieron siendo otra especie, mientras que otros suponen que han ido evolucionando hacia otra nueva especie. Según el tipo de ser con el que se identifiquen adquieren sus características propias y así los que se sienten elfos aseguran que son alérgicos al hierro y a la tecnología moderna, los que se sienten dragones aseguran que no padecen alergias. Otros se sienten capaces de viajar astralmente con el consiguiente ahorro económico que eso supone. Incluso, en la versión más extrema, se sienten nubes, instrumentos de música, muebles, o cualquier otra cosa. En este sentido, lo que puedo aportar como vivencia que pueda semejarse de alguna manera a este fenómeno, me ocurre cuando veo los verdes prados del norte y me entra una envidia sana de ser una vaca, pero tengo que confesar que tal entusiasmo no suele durar más de quince segundos, sin embargo, es curioso que no me ocurra lo mismo contemplando unas las gallinas; no se si tendrá algo que ver el hecho con la presencia del gallo siempre haciendo de las suyas.
Los más extremistas llevan su deseo de asemejarse al ser mitológico o animal con que se identifican hasta someterse a cirugías plásticas para modificar sus cuerpos o se liman los dientes para que parezcan colmillos, y otros se perfilan las puntas de las orejas para parecerse a los elfos. Los hay que incluso se visten con orejas de gato, cola peluda, se desplazan a cuatro patas cuando están en casa y se asustan si ven un perro. No consta que recorran las estanterías de alimentos para mascotas, pero debe de haber más de estas personalidades extrañas de lo que parece, a juzgar por el espacio que van ocupando sus productos de alimentación en los supermercados.
Un "otherkin" no siempre es consciente de la existencia de su otra identidad, siendo infelices hasta que se sienten liberados al "despertar" y adoptar la apariencia y actitudes de la criatura con la que se identifican, cuyo desencadenante puede ser un sueño probablemente inspirado por una ingesta sólida o liquida aderezada con sustancies que yo no clasificaría como especias, aunque si pueden catalogarse como especiales. También el desencadenamiento puede durar meses o incluso años hasta que se llega al cacao mental definitivo. Lo que sí parece constatarse es que el consumo de ciertas setas, diferentes a los champiñones, ayuda mucho a sentirse en comunión con la esencia y el cuerpo de su otra identidad, algo que parece lógico que suceda.
Desde luego es difícil imaginar que a una persona que se considera un gato le vayan a dar una hipoteca, desde luego que se evitará contraer esa deuda, pero corre el riesgo de acabar en una protectora de animales esperando a que alguien la adopte como simpático minino.
Es difícil de entender cómo pueden ocurrir estos trastornos, qué es lo que pasa por esas cabezas, qué errores, qué tergiversaciones, tensiones emocionales, falta de orientación, ausencia de ayuda, qué vacíos existenciales y qué problemas ocultos alimentan la evasión de la realidad. Hay psicólogos que apuntan, con razón, que la adopción de otra identidad fuera de la humana pueda estar motivada por la necesidad de defenderse de la presión existencial.
Pero lo más grave es que, bajo la presión de lo políticamente correcto, tengamos que aceptar y respetar semejantes comportamientos como normales, como es el caso de una niña que fue castigada por su maestra porque se negaba a aceptar que su compañera de clase fuera un conejito y no la tratara como tal. Creo que me resultaría difícil mantener una conversación con un señor que se considere una butaca, quejarse del atropello que supone que se sienten encima de él, sin ninguna consideración, lamentarse porque sus muelles hacen ruido y que tiene mucho miedo a tener carcoma o no digamos, que si alguien me hiciese la confidencia de creerse un tambor, aunque no sea natural de Calanda, porque con la llegada de la Semana Santa padece unos terribles dolores de cabeza, incluso viviendo en un pueblo de los Pirineos, lo más seguro es que en lugar de mantenerme sereno y amable escuchando sus simplezas, empezaría a bizquear e iniciar el baile de San Vito o volverme majara allí mismo.
Como decía Chesterton, cuando se deja de creer en Dios, enseguida se cree en cualquier cosa.
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