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Ser solidario es rentable

26 de Junio del 2023 - Carmen González Casal

Hoy quiero trasladar a quien me lea la experiencia de hace unos días donde, en el contexto de una saludable comida de Equilibra (ese espacio donde caben todos aquellos que quieran hacer efectiva la corresponsabilidad en los distintos ámbitos de la sociedad), conocí a Sor Ángela, una monja asturiana, hospitalaria del Sagrado Corazón, que llegó al Congo hace más de 30 años para cumplir con una misión: la de acoger y cuidar, la de conseguir que tuvieran una vida más humana cientos de enfermos de la calle, hombres, mujeres y niños que vivían en completo abandono, y se ganó el merecido apodo del «ángel de Kinshasa». De ahí, con los años, la realidad del centro Télema —con casi 40.000 consultas anuales—, un lugar donde los enfermos mentales son tratados y ocupados útilmente con el objetivo de favorecer su completa reinserción socio-profesional, y el nuevo proyecto Télema en el municipio de Kitambo, como reseñó el pasado viernes 23 de junio en las páginas de este periódico Elena Fernández-Pello, a raíz de una entrevista a sor Ángela en su reciente visita a Asturias.

Las palabras sencillas de una mujer frágil en apariencia, pero fuerte como el pedernal, el corazón grande y generoso de esta asturiana que salió hace muchos años de Peñamellera Baja para vivir su vocación sirviendo desinteresadamente a los más pobres, su alegría palpable y su sonrisa franca, la injusta desigualdad en la que viven muchos seres humanos y la nula efectividad de tantos gobiernos o estructuras ineficaces golpearon de distinta forma la conciencia de quienes, cada mes, nos reunimos para nutrirnos de «experiencias de vida» que merezcan la pena. Personas como ella son las merecedoras de excelencias y premios, como el "Princesa de Asturias" de la Concordia, para el que —dicho sea de paso—, ha sido propuesta desde 2020. ¡Ojalá lo consiga en próximas ediciones!

SUMARIO: A propósito de la visita a Asturias de Sor Ángela, el "ángel de Kinshasa"

DESTACADO: Frágil en apariencia, pero fuerte como el pedernal, de corazón grande y generoso, esta asturiana salió hace muchos años de Peñamellera Baja para vivir su vocación sirviendo desinteresadamente a los más pobres

Coincidí al lado de Sor Ángela en esta comida y al servirle el menú que había pedido —solomillo de cerdo a la pimienta con patatas cocidas— abrió los ojos asustada mientras comentaba: «Con esto comemos la comunidad de monjas allá en Kinshasa». Su gesto también se demudó al ver los trozos sobrantes de pan —algunos casi intactos— que irían a la basura, porque pensaba en esos pobres y en sus piruetas diarias para propiciarles, al menos, una comida al día. Son solo dos anécdotas, pero dan mucho qué pensar.

Soy una convencida de la eficacia de acciones quizás pequeñas pero valientes y productivas de personas de a pie que, allí donde se mueven, trabajen o convivan, cambien con su actitud —con sus hechos— el devenir de una sociedad cada vez más materialista y frívola que, sin ir más lejos, no repara en gastos —aunque sean millonarios— para sumergirse en el "Titán" y realizar un viaje turístico, por el gustazo de ver los restos del "Titanic", arriesgándose a perder la vida, como tristemente ha sido, cuando 700 millones de personas, o el 10% de la población mundial, vive a día de hoy en situación de extrema pobreza.

Nacemos desnudos y sin nada nos vamos de esta vida, «la mortaja ¡no tiene bolsillos!» —comenta gráficamente el Papa Francisco—. Solo cambia el lugar donde nacemos, y con ello, la suerte de tener más o menos, de disponer de muchísimo o de no tener qué llevarse a la boca. Por eso —aunque tengamos mucho—, hemos de ser responsables y no tirar de largo, valorando lo que hay, sin derrochar; aprovechando hasta el final las cosas o dándoles una nueva vida; restringiendo gastos o caprichos, para evitar así caer en el refalfiu asturiano, que no es otra cosa que el hastío —por abundancia— de las cosas buenas. ¡Cuánto hay de eso en nuestros niños, en nuestros jóvenes, en nuestras mascotas, en las celebraciones de bodas, bautizos o comuniones!

Además, un gesto pequeño pero de suma grandeza es el de ayudar, el de compartir, es decir, con su etimología, partir, dividir lo mío para dárselo a otros. Lo mío que pueden ser dones, talentos, capacidades, también tiempo o dinero, si lo tengo ¿por qué no? Todo ello puesto a disposición de los demás se revaloriza, se multiplica, crece y, curiosamente, nos revierte en alegría, en satisfacción como la que transmite Sor Ángela, que, sin tener nada, lo tiene todo porque posee lo más importante.

Concluyo. ¡Ser solidario es rentable! Por eso Equilibra se siente comprometida con esta religiosa hospitalaria y aunará los esfuerzos de quienes estén dispuestos a colaborar.

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