2,7 euros al mes en medicinas
Como cada mes, hace algunos días acudí a la farmacia del barrio a comprar mis medicinas para la tensión, como muchos de ustedes, imagino. Dos recetas por 2,7 euros; alguna vez el coste no llega a 2,5 euros. Luego me fui a una cafetería: un café, 1,20 euros. Leía la prensa mientras me tomaba el café. Caí en la cuenta, cada receta me había costado casi lo mismo que el café. Debería haberme ahorrado el café, me sube la tensión, claro que por algo más de dos euros puedo compensar todos los cafés del mes. La diferencia es que el café lo pagué con mi dinero. La medicina, solamente en una parte; el resto lo han pagado entre todos ustedes.
No pude evitar la reflexión: con la que está cayendo, ¿es equitativo el actual sistema de prestación farmacéutica? Recordé la polémica con la fugaz bonificación de los 400 euros, ya desaparecida; también los 2.500 euros por recién nacido tuvieron su debate. Se parecen un poco las tres prestaciones, ¿no creen?
Casi cada día nos encontramos con una nueva amenaza de reducción de prestaciones sociales y con el discurso reiterado de recorte del gasto público como objetivo. Hay alternativas, pero no parecen viables en la actual tormenta económica. El gasto sanitario está en el punto de mira de todos los gobiernos.
Es incuestionable que no es posible mantener un ritmo de crecimiento del gasto sanitario en los porcentajes de los últimos diez años. Será muy difícil encajar la llegada de nuevas prestaciones, como, por ejemplo, la medicina predictiva y el diagnóstico genético. Será necesario repensar todo el modelo de financiación y reorientar los flujos económicos del sistema sanitario. No será fácil. Necesitará de un fuerte consenso social y profesional.
En ese escenario, es difícil mantener el actual sistema de pago por la prestación farmacéutica. Es, en los momentos actuales, injusto que todos paguemos igual por las medicinas sin tener en consideración las condiciones individuales. Es insoportable mantener la aportación del usuario en los términos actuales, en los que una receta cuesta tanto como un café y bastante menos que una copa de vino. Si no es posible técnicamente introducir criterios correctores en función de renta, es, al menos, obligado, incrementar la aportación del usuario.
Además, hay que hacer otras cosas. Algunas de las iniciativas del Ministerio de Sanidad van en buena dirección, como modificar la presentación en los envases para adaptarla a la necesidad real y duración del tratamiento. Impulsar la prescripción de productos genéricos y actualizar los criterios de buena práctica clínico-terapéutica son, a mi juicio, líneas paralelas que han de intensificarse para no hacer recaer todo el esfuerzo de contención de gasto en los bolsillos de la ciudadanía.
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