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Tremenda inquietud

6 de Diciembre del 2010 - Francisco Ballesteros Villar (Oviedo)

En el contexto de su psicopático planteamiento político, nuestro presidente señor Rodríguez Zapatero ha considerado siempre que son malos patriotas todos aquellos que no comparten con él su visión del estado de la nación y que le advierten de lo equivocado de su rumbo.

Ya utilizó esta estrategia cuando se negó a admitir la existencia de la crisis económica en la que nos vemos inmersos. Era inútil que los dirigentes gubernamentales y económicos del mundo entero aceptaran esa desgraciada situación y se dispusieran a tomar las medidas necesarias para hacerle frente. ¡Todos ellos estaban equivocados! El único que era capaz de ver la situación con verdadera agudeza era él. Y, claro está, quienes advertían del peligro para España, de que España se vería afectada muy seriamente por la crisis financiera mundial, eran unos antipatriotas. Esta postura siempre me recordó el chiste de aquella madre que miraba cómo su hijo desfilaba formando parte de una unidad militar. Al ver que su paso no iba acorde con el resto de los soldados, decía con auténtico orgullo materno que su hijo era el único que llevaba el paso; el resto iba con el paso cambiado.

No es extraño que ante tal asombrosa figura, capaz de descubrir la verdad de los arcanos más profundos y enrevesados, ante esta maravilla política, ante este excelso estadista, Obama busque afanosamente llegar a una conjunción astral con él, de la que el mundo entero saldrá muy beneficiado.

Volvemos ahora a otra situación similar. La crisis se está agudizando y todos los países tienen que tomar medidas radicales, algunas muy dolorosas, para atajar el déficit público. Quienes mantienen la conveniencia de hacer lo mismo en España vuelven a ser unos derrotistas, unos malos patriotas. Al parecer, el patriotismo no consiste en amar a la patria y en querer para ella todo lo mejor, aun a costa de tener que tomar decisiones muy duras, sino en estar de acuerdo con la visión particular y deformada del señor Rodríguez Zapatero.

Acostumbrados como estamos a que la realidad imponga de forma inevitable justamente lo contrario de lo anunciado por él (no se iban a recortar los derechos sociales, no se reduciría el sueldo de los funcionarios, no se tocarían las pensiones, la labor del Gobierno seguiría siendo netamente progresista en defensa de los más débiles, etcétera), hemos quedado de piedra cuando, recientemente, a las preguntas de un periodista sobre si la economía española resistiría el embate del huracán que afecta a los países del ámbito del euro, contestó de forma tajante: «Absolutamente». Y quedó tan tranquilo, con su rictus sonriente habitual. ¡Qué desasosiego! Se nos han erizado todos los pelos. Ya sabemos lo que nos va a ocurrir. ¡Qué terrible inquietud nos ha invadido!

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