Guardando los tesoros del alma
Leo en la prensa: “Una reflexión sobre la felicidad”, que razonablemente propone tratar de “estar bien” en lugar de aspirar a ser felices. Creo que al menos los mayores estamos de acuerdo. Es verdad que hay momentos felices, y hay que atesorarlos poniéndolos aparte en la mente y el corazón, así quedan a resguardo de la vida que estamos viviendo, pero para estar bien hay que hacerle frente a uno de los peores momentos de la historia humana. Está claro que vivimos en “tiempos críticos y difíciles de soportar”, y por eso hay muchas cosas que nos causan angustia y dolor (2 Timoteo 3:1).
Según la OMS, aproximadamente una de cada ocho personas en el mundo sufre algún trastorno de salud mental. Y, a causa de la pandemia del covid-19, en el 2020 los casos de ansiedad aumentaron un 26% y los trastornos depresivos graves un 28%. Aquellos que albergan alguna esperanza basada en el maravilloso Creador de la vida, o en alguna maravillosa casualidad, tienen más posibilidades a la hora de sufrir con equilibrio. Podemos imaginar lo que sería la vida si alcanzáramos esta promesa: “Los justos heredarán la tierra y vivirán en ella para siempre” (Salmos 37:29). La esperanza en el hombre evolucionado que se está cargando el planeta no ofrece muchas posibilidades, pero el que la tenga, ya tiene algo.
Mientras tanto, sí, guardemos los tesoros que podamos, bien apretados en el alma. Algo así: Luz de recuerdo (poema). “En todos los lugares pequeños / que dejaron luz en el recuerdo lento, / quedó para siempre cita de encuentro / de dulce amor y hermosos sueños. / Si la mente llegara a enfermar, / quede esa luz en el alma, / suave cual bálsamo que calma, / cálida caricia que puede consolar. / Si el corazón perdiera su fuerza / quede la etérea luz de aquel lugar, aquel día, / de aquella noche, de aquella melodía, / de aquel rostro que el alma recuerda; / me abrazaría, me levantaría, me llevaría, / para afrontar el mal vivir, / o entre luces de amor, morir”.
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