El Principio de Autoridad
"La sociedad ha perdido el principio de autoridad que conlleva el respeto hacia los cuerpos policiales", decía un desanimado Joaquín Prat Sandberg en un programa televisivo comentando imágenes de reyertas callejeras que abren telediarios, son portadas de prensa e incendian las redes sociales.
Estas eran las imágenes. Dos grupos -bandas latinas, dicen, con la valentía cobarde de la manada-, en una calle de no recuerdo qué ciudad, corrían, gritaban, peleaban... chuleando armas de fuego y blancas, barras de hierro y tuneados machetes... Caos, sangre, heridos en el suelo pateados... A la llegada de una patrulla policial, sorpresivamente ambas facciones litigantes dejan de enfrentarse para, todos juntos, en coalición innatural, iniciar con tosca pero virulenta estrategia el ataque contra la Policía, que con el oficio y serenidad que da la veteranía logra ralentizar y luego abortar con la llegada de refuerzos. Refuerzos estos difíciles de reclutar en plantilla escasa y con vacantes, pues la partida presupuestaria que la ajustaría siempre es destinada a cubrir otras necesidades quizá políticamente más rentables.
Añadía que a él, me refiero al Sr. Prat, le habían enseñado en clase de cultura cívica -a mí y a mis amigos también- que el principio de autoridad de las fuerzas y cuerpos policiales estatales, autonómicos, municipales y locales, además de capacitarles y legitimarles para ejercerlo, les impone el deber de mantener la paz, convivencia, orden y seguridad de la sociedad. Principio de obligado cumplimiento que demanda a la comunidad el obvio respeto y ayuda hacia quien legítimamente lo ejerce, es decir, los cuerpos policiales.
Respeto al principio de autoridad que también se exige a los agentes por él legitimados para desempeñar sus funciones en la inteligencia de que sus abusos de poder serán de inmediato conocidos, perseguidos, expedientados, juzgados y sancionados, con mayor rigor por su condición de agentes, conforme a lo por ley estipulado. No obstante, a fuer de justos y realistas, la autoría de esos comportamientos policiales abusivos no es atribuible al colectivo, sino exclusivamente al individuo, en comportamiento carente de habitualidad -no tendría opción-, por ser tan solo esporádico y en momento puntual. La excepcionalidad de estos hechos multiplica exponencialmente su difusión y por eso es noticia, pero no justifica en modo alguno el desprecio y falta de respeto hacia los restantes miembros del colectivo policial. No se lo merecen ni a la sociedad le conviene.
Adolfo Soto Madera
Oviedo
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