Sistema pluralista
Los que leímos y estudiamos algo de los manuales de historia de las ideas políticas de Touchard, Maurice Duverger y estamos al corriente de sociologías postmodernas de Anthony Giddens y Zygmunt Bauman, sabemos que, desde que Daniel Bell proclamó el “ocaso de las ideologías fuertes” (como tan bien explicaba el ministro franquista muy tecnócrata y conservador Fernández de la Mora), las ideologías están dejando paso a una especie de gestión industrial de una sociedad altamente tecnológica, donde casi todo nos viene dado y somos más consumidores que ciudadanos. La democracia como concepto es polisémica: puede ser el gobierno del pueblo, en sentido sencillo de “pueblo llano”, de gente corriente no poderosa o notable, con sus representantes humildes de intereses de los no privilegiados. Sin embargo, “el pueblo” es la nación soberana de todos. Puede ser liberalismo y economía de mercado, que utiliza a los partidos políticos como expresión de un pluralismo generoso y hasta cierto punto bastante transformador, desde dentro de una monarquía parlamentaria representativa. Puede ser, y es, representación universal participativa de todos los ciudadanos, mediante el sufragio universal y la funcionalidad plena del cuerpo electoral como órgano estatal articulador de la voluntad de la nación, voluntad popular o representativa general, haciendo muy generosa abstracción de toda circunstancia personal, sexo, origen, condición social, lengua, opinión o raza. Alain Touraine hablaba de la importancia de los nuevos movimientos sociales, que, desde los márgenes, acababan por permear e incorporarse a la estructura de partidos políticos incluso “catch-it-all” (de votante mediano o de centro amplio). En España, hay una fuerte e implantada cultura de centro izquierda socialdemócrata, que tal vez ya muy impregnada de “cultura woke” o de defensa de minorías y culturas no tradicionales, sigue luchando por la pervivencia de un Estado del bienestar de calidad y universal, unos derechos sociales dignos, una economía social, la promoción de las mujeres como sujetos plenamente capaces, libres e iguales ante todo, el respeto escrupuloso por los Derechos Humanos y los valores más democráticos, compatibles con el Estado de autonomías y una concepción de España como convivencia exitosa avanzada y constitucional. Existe una derecha plural y centrada en la defensa de la propiedad privada, los valores liberal-conservadores de mercado y la defensa de España como nación de libres e iguales en todos los territorios. Derecha plural, de orígenes conservadores patricios, tradicionales o liberales privatistas y que conectan con empresarios, clases medias muy asentadas y gente biempensante, distante de sensibilidades socialistas. Una extrema derecha, de abierto rodillo derogatorio, que, en contra del texto constitucional, querría acabar con autonomías, juzgados de violencia de género, legislaciones sociales de protección de los más vulnerables y de minorías. Nostálgica de España desde concepciones un tanto épicas y autoritarias, desconocedoras del pluralismo real de la Nación española y de las culturas regionales que la enriquecen. Una extrema derecha de recortes y desigualdad muy darwinistas, de “sálvese quien pueda”. Existe, a su vez, una significativa izquierda aluvión y muy inconformista, inequívocamente de clases trabajadoras y utópicas, de activistas comprometidas con feminismos defensivos, ecología, defensa de lo público, humanismo horizontal. Aparte de los consabidos nacionalismos terruñeros y un tanto separatistas, abertzales varios y partidos catalanistas pro derecho a decidir, junto a regionalistas y una pléyade de ofertas más o menos extravagantes, minoritarias y un tanto testimoniales.
José Luis López Tamargo
Oviedo
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