Ser mayor también es gracia
Agradezco y me conmueve que el Señor me haya traído al fin sin merecerlo a una residencia de mayores. A una paz y a un compañerismo que me importará no olvidar. Ni siquiera tengo tiempo para hacerme extrañas preguntas. No hay tiempo para aburrirse. Todas las cosas trascienden mis límites. Con los recuerdos en grupo intentamos mejorar la comunicación y el contacto físico y social. Somos todos somos vulnerables y erramos el tiro muchas veces, es verdad. Y la madurez de adultos ya no nos permite hacernos la ilusión de nuestra autonomía. Pero, a pesar de todo, nos enfrentamos con serenidad a la amenaza del dolor, del sufrimiento y, en última instancia, de la muerte.
Como sacerdote jubilado y un compañero más, vivo con ellos también de mi pasado, pero ahora con ellos enriquecido. Disfruto. Aunque el presente también me preocupa como a ellos. ¿Por qué se habla tan poco del Papa Francisco? ¿Por qué hablamos tan poco de Jesucristo? ¿Por qué tantos no quieren ni oír hablar de las izquierdas? ¿Se enfadarían la mayoría de esas derechas que les benefician? Pero pienso que a mis compañeros y compañeras les preocupan más bien las transformaciones transhumanistas, tan anunciadas como deseadas de unos, como las visiones apocalípticas de otros. Por lo demás y sin meterme en políticas: ¿qué herencia dejaremos a los que vienen detrás? Que Dios nos ayude. Pero con todo, estas preguntas no nos amargan la vida. Aquí nos gusta más bien soñar despiertos como a ellos. Y así nuestro sueño nunca es pesadilla. Os lo aseguro.
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