Serpientes de verano
Llega el verano, y aunque el actual es atípico por cuestión de las elecciones en ciernes, no por ello dejan de aparecer las consabidas noticias sorprendentes en los meses de estío. No se sabe si por el exceso de calor -atribuido al cambio climático- que reblandece los tejidos cerebrales o porque el "horror vacui" -horror al vacío- hace que se rellenen como sea los huecos que quedan en periódicos y emisoras de radio y televisión. Es el momento adecuado de recordarnos otra vez la historia del monstruo del lago Ness, porque da la casualidad -nada novedosa por supuesto- que un tal Maclean, hace unos días, de regreso a su casa por la carretera que bordea el famoso lago, a la hora imprecisa del crepúsculo, le pareció haber visto con el rabillo de ojo algo que agitaba la superficie de sus aguas y como la sombra de una cabecilla que se movía inquieta de izquierda a derecha, según relató a una reportera de la emisora de radio local. Rápidamente se extendió el suceso por la zona y, como suele suceder en estos lugares apartados y brumosos, el chismorreo se fue extendiendo como el aceite por todos los foros locales, llamados pubs, donde corre ágil la palabra lubricada por el trasiego de cerveza. Resumiendo, se venía a concluir que, si la reportera no hubiera sido una becaria venida de fuera, seguro que le hubiese preguntado al mencionado Mac por los foros visitados y las libaciones tomadas antes de decidir que era hora de conciliar con la familia, y que lo más incomprensible, con la carga etílica que corría por su sistema circulatorio, es que solo hubiera visto un monstruo, en lugar de manadas de ellos nadando alegremente en sus aguas.
Pero dejando aparte tan manoseado monstruo, fósil viviente de un supuesto dinosaurio atrapado irremisiblemente en el tiempo y en el espacio, también aparecen noticias, incluso en revistas científicas, de supuestos animales antediluvianos que han sido vistos en otras latitudes, especialmente en África, donde aún existen lugares inexplorados de la selva, cuya existencia no ha sido probada científicamente y que son el objeto de los criptozoólogos, egresados de la prestigiosa universidad de Arkham (Massachusetts), la única del mundo especializada en criptología, ciencia que se ocupa de la búsqueda de animales ocultos cuya existencia no ha sido probada.
Uno de estos huidizos y esquivos animales con nombre y apellido es el Mokéle Mbembé, mencionado ya en el siglo XVIII por el misionero francés Abate Bonaventure en los pantanos del río Likouala, en el Congo. Los años ochenta del siglo pasado fueron, sin embargo, los grandes momentos de exploración en su búsqueda, cuando se recogieron huellas que mostraban tres dedos puntiagudos, zurullos de diferentes tamaños y consistencia e infinidad de testimonios aportados por los pigmeos, que lo describían como una criatura mucho más grande que un paquidermo con cuello y cola largas. Uno de los testimonios recogía que eran animales malditos, porque una tribu pigmea del lugar, unos treinta años antes, mató un Mokéle y con su carne organizaron una gran fiesta que terminó en tragedia con la muerte de la mitad de la tribu, aunque no quedó claro si fue porque la carne era venenosa, estaba en mal estado de conservación por no disponer de cámaras frigoríficas adecuadas o porque los cocineros no habían hecho el curso oficial de manipulador de alimentos. Hasta se produjo el supuesto avistamiento más cercano que se ha tenido del Mokéle Mbembé, ocurrido en 1983 cuando un biólogo congoleño vio a la supuesta criatura durante veinte minutos a una distancia cercana, pero que, con la emoción del momento por filmar el encuentro, se olvidó de quitar la tapa que cubría el lente de la cámara. Una pena. Se sigue elucubrando que podría ser uno de los últimos dinosaurios vivos, de la especie de los que se niegan a desaparecer, porque todavía no se han enterado de que están extintos, como aquellos soldados japoneses, que, escondidos en la selva de algunas islas del Pacífico, desconocían que la guerra hacía años había terminado.
El Oso Nandi es otro animal críptido -supuestamente extinguido- de interés de los expertos, al parecer muy esquivo, cuyo hábitat se encuentra en las regiones más desconocidas de Kenia. Los nativos lo describen como una hiena gigante, superviviente de épocas prehistóricas, capaz de caminar con dos patas y muy aficionada a comer los cerebros de sus víctimas. Algunos científicos proponen que es el Agriotherium africanum, un oso gigante de cara corta que medía casi tres metros, que vivió entre el Mioceno y el Pleistoceno, cuyos fósiles fueron encontrados en Etiopía. Por el contrario, hay otra escuela que propone que es un Dinophotechus. Bueno, sea lo que sea, tengo que decir que me alegro un montón de no vivir en Kenia y creo que lo de ir de safari fotográfico a África cada vez me está pareciendo menos apetecible.
Sin dejar África, hay otro animal que debería estar extinto y que sin embargo trae de cabeza a los criptozoólogos es el Olitiau de Camerún, de costumbres nocturnas, pues se trata de un gigantesco murciélago o reptil volador cuyas alas, de color marrón rojizo, pueden tener una distancia entre las puntas de dos a cuatro metros. Con un pico o mandíbula dotada de dientes serrados. El cazador Iván Sanderson describió su avistamiento y ataque por uno de estos animales en 1932. Aquí, como en el caso anterior, los científicos están divididos entre los que apoyan que se trata de un mamífero, un murciélago, o un reptil, un pterodáctilo.
La criptozoología no solo trata de animales ocultos, cuya existencia aún no ha sido probada, también incluye la investigación de seres semihumanos como los hombres lobo, el yeti, sirenas o tritones, del que es ejemplo el hombre pez de Liérganes (Cantabria), cuya primera referencia aparece en la obra de Fray Benito Jerónimo Feijoo. La historia relata que, en el siglo XVII, en el pueblo mencionado, vivía un matrimonio, Francisco de la Vega y María de Casar, con sus cuatro hijos. Al morir Francisco, su viuda mandó a su hijo Francisco a Bilbao a aprender el oficio de carpintero. Estando allí, en el año 1674, se fue a nadar la víspera de San Juan con unos amigos cuando, arrastrado por la corriente, desapareció y no se volvió a saber más de él. Cinco años después, se afirmó que había aparecido en la costa de Dinamarca, después en el Canal de la Mancha y finalmente en la costa de Cádiz, donde unos pescadores dijeron haber visto un ser acuático con apariencia humana. Estas apariciones se repitieron varias veces hasta que lograron atrapar a la criatura utilizando de cebo trozos de empanada de carne. Para su sorpresa vieron que era un hombre con la piel enteramente cubierta de escamas. Lo llevaron al convento de San Francisco, donde le preguntaron quién era hasta que al cabo de un cierto tiempo consiguió tartamudear entre burbujeos la palabra Liérganes. Dio la casualidad de que una persona de La Montaña -lo que hoy llamamos Cantabria- estaba entonces trabajando en Cádiz, comentó que en su tierra había un pueblo que se llamaba así. Desde aquí se envió una requisición a las autoridades locales de Liérganes, inquiriendo si en su localidad había pasado algo extraño en los últimos años, respondiendo estas que únicamente se había registrado la desaparición de Francisco de la Vega, cinco años atrás. Entonces Juan Rosendo, un fraile del convento donde estaba recluido Francisco, el hombre-pez, le acompañó hasta Liérganes para comprobar si era cierto que era de allí. Al llegar a la altura del monte desde donde se divisaba el pueblo, Francisco se adelantó y fue directamente hasta la casa de su madre, María de Casar, que rápidamente lo reconoció como su hijo. Ya en casa de su madre, Francisco vivió tranquilo sin mostrar ningún interés por nada, sin hablar a penas. Iba descalzo, a veces desnudo, y se pasaba varias horas metido en el agua de un arroyo cercano incluso en invierno. Solía pasar varios días sin comer hasta que no le ponían sardinas crudas. Se dedicaba a llevar cartas a poblaciones vecinas, e incluso a Santander, adonde llegó en una ocasión tras haber nadado desde Pedreña, entregando la correspondencia mojada y por lo tanto inservible, porque estaba escrita con tinta, pues todavía no se habían inventado los bolígrafos. Hasta que después de unos años desapareció en el mar sin volver a saberse nada sobre él.
Como vemos son cosas extrañas que pasan y seguirán pasando: unas ciertas, otras no probadas que, con el afán de darles verisimilitud, se suelen tergiversar o interpretar según el criterio subjetivo de los que se dedican con la mejor de las voluntades a divulgarlas a los demás.
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