Cuando en un taller mecánico hay más humanidad que en un hospital
Siempre que tuve que ir a un taller mecánico a arreglar mi coche, o pasar alguna revisión, me sentí muy bien tratada por todo el personal. He tenido diferentes coches a lo largo de mi vida y acudí a distintos establecimientos para sus reparaciones. En todo ellos el personal fue muy agradable y eficiente. Con gran profesionalidad, amabilidad y sinceridad me explicaron siempre los detalles todas las veces que mi coche estaba bien, mal o incluso muy mal. Con gran honestidad en alguna ocasión me comentaron que la cosa era grave, que había que cambiar piezas importantes o incluso ir pensando en cambiar de coche. Trabajo en un instituto de secundaria, por lo que asisto a esas explicaciones con cierto orgullo de la enseñanza pública. Nuestra Formación Profesional está funcionando bien, no hay duda.
No puedo decir lo mismo de nuestro personal médico (y recalco personal médico, ya que la labor y dedicación de las enfermeras y enfermeros es admirable). Tras dos meses de hospitalización de mi padre en el Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA), pude comprobar en primera persona las carencias de nuestros médicos y médicas. No les gusta hablar con las familias de las personas ingresadas. Lo evitan constantemente. Dan el parte diario por teléfono, cada día lo hace una persona diferente y a una hora distinta, a veces en un minuto y a veces con otro teléfono sonando en su estancia. Te dan la información de una operación bastante grave en un pasillo, con otra gente gritando al fondo e incluso con personal sanitario pasando por el medio del corrillo informativo. Si es día festivo no tienen que dar parte, ni telefónico ni personal. Se ve que las guardias no están bien pagadas y no deben hacer el trabajo completo, sólo lo imprescindible.
No puedo evitar pensar en que esa falta de humanidad, ese miedo atroz a la cercanía familiar de un despacho, que les hace enfrentarse a personas reales, a las que deben mirar a los ojos para darles malas noticias, tiene que ver con el acceso a las facultades de Medicina. De eso no me siento nada orgullosa como docente. Si solo puede acceder a esos estudios gente con un poder adquisitivo que le permite estudiar en colegios y universidades privadas, o personas que estudian en la pública pero tiene un 14 de nota media, quizá insensibles, frías, distantes, pero con una colección de dieces obtenidos mayoritariamente con una memoria enorme, estamos dejando fuera a personas muy válidas, quizá con menos memoria pero con más vocación.
Si en nuestros talleres mecánicos hay más humanidad que en nuestros hospitales, si la élite de nuestra juventud se dedica a reparar cuerpos sin ver personas, basándose en datos meramente objetivos pero sin escuchar a pacientes y/o familiares, si tu padre empeora hasta fallecer pero nadie te explica por qué, si uno de esos jóvenes brillantes te dice, en un pasillo y porque no puede evitarte ya que, dada la gravedad del paciente, nos dieron un pase permanente de 24 horas, que el enfermo está muy bien, que todo va bien, que podría hasta comer una fabada (palabras textuales) justo dos días antes de morir...alguien, quizá de Formación Profesional, debería explicarle a esta selección de personas brillantes solo académicamente y a las instituciones públicas que organizan o participan de esa gran selección, que la excelencia es otra cosa. Que la bondad, la sinceridad, la consideración, el respeto o la escucha son competencias profesionales muy necesarias y sobre todo, que la humanidad es una parte esencial de la profesión que han elegido.
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