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Un puñado de ideas básicas

23 de Julio del 2023 - José María Casielles Aguadé

Algunos de mis amigos lectores saben bien que en nuestra querida Asturias disfrutamos de una longevidad elevada, con un valor promedio de unos 85 años que, a partir de los 75, se diferencia progresivamente en 80 para los varones y 90 para las señoras. Bendita desigualdad programada sabiamente por la Providencia, que ya conoce que, al menos, los de nuestra generación no somos capaces de freír bien un huevo. Yo, que me he pasado descaradamente de mi límite estadístico, me pregunto si hemos reflexionado algo sobre algunas cuestiones elementales, que nos conciernen esencialmente.

¿Qué es la “vida”? Según parece, un conjunto de actividades que mantenemos las plantas y los animales, que denominamos funciones vitales: nutrición, crecimiento, relación, reproducción y muerte, que facilitan: la incorporación de materia, el contacto con otros medios y organismos, la continuidad de nuestra especie, y su pérdida de actividad. Hay que precisar que la reproducción puede ser asexual o sexual, y que en esta última, más que copiar íntegramente, se produce una “recreación”, traducida en una generación diferenciada entre padres e hijos, y de estos últimos entre sí, que facilita la adaptación de la especie al medio en que se desarrolla.

La “muerte”, desaparición de las actividades vitales, se produce por la pérdida de la “vis vitalis” o fuerza vital, que es un misterioso hálito o energía. La muerte es necesaria también para la renovación progresiva. ¿Se imaginan cómo podría trabajarse en una carpintería inundada de virutas? No se podrían realizar muebles nuevos. Si nosotros continuásemos vivos indefinidamente, nos convertiríamos en virutas vitales.

¿Y la “materia”? Son sustancias químicas de las que estamos formados los vivos e inertes. El origen del Universo se inicia con la energía, que, tras el proceso “big­bang” (gran explosión), se desarrolla con la emisión de partículas subatómicas, elementos, compuestos inorgánicos (sin vida), y orgánicos (vitales), como muy bien se sugirió en la famosa síntesis de Miller, una espléndida tesis doctoral que llega a explicar la formación de la materia viviente, incluyendo a los compuestos de la Genética, aunque no la “vis vitalis”. La materia es el soporte físico del espíritu, como señala la fabulosa teoría de la Evolución.

¿Y la “evolución”? Es un complejo proceso de desarrollo ordenado y gradual, que detalla cómo se pasa de lo más simple a lo más complejo, como muestra con nitidez, entre otras ciencias, la Anatomía comparada: peces, anfibios, reptiles, aves y mamíferos se suceden progresivamente en tiempos históricos como demuestra la Paleontología, y en grados de organización adaptativa, como lo hace la Ecología.

Sumario: Reflexiones sobre algunas cuestiones elementales que conciernen a la humanidad

Destacado: La muerte es necesaria también para la renovación progresiva. ¿Se imaginan cómo podría trabajarse en una carpintería inundada de virutas? No se podrían realizar muebles nuevos

¿El “espíritu”? Se considera integrado por sentimientos, ideas, creencias y principios, entre los que figuran conceptos tales como la “amistad”, el “desinterés”, la “honestidad”, la “nobleza de ánimo” y de intención para con los demás ( confianza y sociabilidad), sin las cuales es imposible una sociedad feliz.

¿Y qué decir de la “felicidad”? Es nada menos que dicha y fortuna cordialmente repartidas con los que nos rodean. Para ser felices es necesario disfrutar de paz.

¿Y qué es la “paz”? Paz es sosiego, tranquilidad, calma, armonía, buen tino y concordia.

¿Y la “guerra”? Lucha armada, brutalidad, batalla continuada, discordia permanente. La guerra es posiblemente el más grave fracaso de la evolución positiva de la Humanidad, porque es sustancialmente cruel e inhumana. El desarrollo de las guerras, atizado por los más innobles intereses económicos, han llevado a las insensatas modalidades de los conflictos NBQ, con el empleo de armas atómicas, medios químicos (gases y vapores altamente tóxicos), y de virus y bacterias de gran peligro, como ha dejado bien claro la pandemia del covid, con más de ciento cincuenta millones de muertos en el mundo, y sigue activa. Probablemente se originó como consecuencia de un casual escape de virus en un laboratorio de guerra biológica, en el que se estaban haciendo estudios experimentales. Recordemos también que la guerra nuclear produjo ochenta mil fallecimientos directos en Hiroshima y otros cuarenta mil en Nagasaki, sin contar los muertos por efectos radiactivos, y las gravísimas deficiencias genéticas en alumbramientos posteriores. Respecto a la guerra química, hay que recordar el viejo empleo de gas cloro en la Primera Guerra Mundial, y los siniestros gases de combate, Sarín, Somán y Tabún, de empleo afortunadamente más restringido, pero que ya se integran en muchos proyectiles de la artillería actual, y se almacenan en arsenales de retaguardia en forma de compuestos binarios, que ofrecen más garantías de seguridad. Nos queda, al menos, referirnos a otros dos conceptos básicos de nuestra existencia:

La “bondad”, inclinación natural al bien, y a la benevolencia. Y la “maldad”, antítesis de la anterior, que la RAE relaciona con la deshonestidad, la desgracia, la enfermedad y el perjuicio provocado, y que la filosofía oriental, más generosamente, asimila simplemente con el “error”.

Para terminar citemos la “ética”, que se refiere a los usos y costumbres correctos con la moral y la nobleza, que deben presidir los actos humanos, y son base de una sociedad feliz.

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