El aislamiento del Suroccidente: un agravio que no cesa
Saliendo de Oviedo hacia Pola de Allande, un trayecto que tomo a menudo, quise hacer una recapitulación de la A63, la autovía que, un día, unirá Oviedo con La Espina, extraño lugar de finalización, que más bien parecía meta volante, pero ha devenido en final de trayecto. Llevamos casi un cuarto de siglo desde que comenzaron las obras. Un cuarto de siglo. Se dice pronto. Me indigno rápido, al comenzar a sufrir los badenes, los múltiples agrietamientos, el firme erosionado que provoca un ruido ensordecedor a lo largo de todo el trayecto hasta Grado. Pero lo peor es “la cura” que están aplicando, consistente en un parcheado en los lugares más deteriorados, que convierte la calzada en un continuo tablero de ajedrez. En cualquier otro lugar, se extendería un nuevo firme de tramo, pero, aquí, ¡qué más da! Solo va al Suroccidente. Sigo mi camino y pronto, en Cornellana, los avisos de que acaba la autovía. Retomamos un tramo de carretera convencional infernal, deteriorada por la maquinaria de la obra, sin arcén, llena de vehículos pesados, hasta llegar al enlace de Salas. Poco antes de abandonarlo se ve en la ladera el inmenso argayo que mantiene la obra sin fecha de apertura aún. Mirándolo, cualquiera entenderá que “queda para rato”. Volvemos a retomar la autovía en dirección al destino, La Espina, pero acaba pronto, en el viaducto del Reguerón. A partir de ahí, la autovía queda en una sola calzada. La segunda ni siquiera está licitada, lo que quiere decir que faltan años para su puesta en servicio en su totalidad. Luego, llego a La Espina y, a partir de ahí, carreterucas, unas mejores, y las más, peores, hasta llegar a la Pola. Recapitulando, estamos exigiendo la prolongación, al menos hasta Cangas del Narcea, de algo a lo que le faltan años para que se termine y que presenta en sus tramos iniciales un deterioro lamentable. ¿No es para indignarse? Yo creo que sí. Es para indignarse, y mucho.
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