La despolitización del pueblo
En dos meses nos han obligado a votar en dos ocasiones para ilusionarnos creyendo que realizamos una acción política. De esta forma se nos quiere hacer creer que la política consiste en votar, porque así se responde a una visión democrática de la convivencia. Pero, ¿esto en verdad? No se ha hecho por interés de la mayoría, sino en beneficio de alguien, y dirigido a exhibir el dominio de los grupos ideológicos.
El ciudadano hace esto no por decisión política propia, sino por imposición, respondiendo a un diseño que han trazado unos grupos profesionales sin contar con el pueblo, sin que responda a una iniciativa popular y sin que se oriente a solucionar las necesidades del entorno en que vive, sino para responder a intereses de grupos que saben explotar la ingenuidad del hombre sencillo. Al final es programa de progresismo, que busca suprimir la conciencia colectiva del pueblo y crear un protagonismo ilusorio en la vida política.
El sistema político actual está dirigido a eliminar el sentido de la responsabilidad personal y comunitaria del pueblo, para dejar la competencia en manos de unos ideólogos alejados de la realidad social, pero muy interesados en el montaje de cometidos rentables. Ten en cuenta que cuando votas te encuentras con un marco político programado por unas fuerzas extrañas, muchas veces trazadas por organismos superiores que no conoces, y al depositar el voto, no lo haces convencido que va a ser por «el Bien Común», porque ignoras el mundo interesado que mueve esa política, y te contentas con depositar tu papeleta por un voto que consideras útil o por la opción menos mala.
La moderna progresía ha forjado la conciencia colectiva del pueblo, de que la mejor forma de Gobierno es la democracia, y te ha dicho que de este modo la sociedad es la protagonista de la vida política. Pero, ¿hasta qué punto es cierto, en el mundo actual, esta idea de democracia? Pues al final no es el voto del pueblo el que decide el Gobierno, sino un Parlamento que se aviene a unos acuerdos que se desvían muchos del sentir del pueblo. Y según la última experiencia que tenemos, la política en nuestra nación no se ha dirigido a la búsqueda del «Bien Común», sino a la imposición de ideas progresistas transformadoras de la vida real de la sociedad, y en camino a un sistema de dominación y explotación por grupos que buscan intereses propios, no los del pueblo.
Si no nos comprometemos en la lucha por la justicia, somos culpables de que la política no tenga una orientación hacia una sociedad acomodada a la convivencia humana
Si observamos la opinión de la sociedad sobre este tema, advertimos que se ha conseguido convencer de que la política no es del ciudadano normal, sino de unos grupos que luchan por sus intereses. Y cuando las emisoras sacan el micrófono a la calle es frecuente oír: «A mí no me va la política», «no me interesa la política» y «yo no soy político».
Que este modo de sentir de la población es un yerro, es evidente, pues quien no siente la política y la abandona está colaborando con esas fuerzas interesadas. Como advertía ya Emmanuel Mounier, filósofo francés y crítico con la sociedad moderna: «Quien no hace política hace pasivamente la política del poder establecido», es decir, los que sacan beneficios del abandono político de la sociedad son las altas esferas que la dirigen para su provecho.
En el juego de convivencia social, la persona instintivamente tiende a la búsqueda de la verdad, la bondad y la belleza. Estas ideas madre están grabadas en la conciencia de las personas y hay que luchar en la vida por ellas, pues marcan las líneas de la moral que debe regir la vida en la sociedad. Son las grandes aspiraciones de la persona, están gravadas en el corazón y hay una inclinación a trabajar por ellas. En realidad, en su conquista consiste el fundamento de la política, pues en su logro consiste el quehacer de la sociedad. Es una aspiración para llegar a alcanzar los bienes que requiere la convivencia. Para conseguir estos objetivos y alcanzar «el Bien Común» nació la democracia como organización. Pero la desviación de la conciencia política que han conseguido en el pueblo ha hecho fracasar este objetivo y es la causa de que suframos unos gobiernos de los que todos lamentamos y estamos pensando en superarlos, aunque, en verdad, tememos no conseguirlo.
Llegado al momento actual del que todos deploramos, el ciudadano debe tomar conciencia que no debe desentenderse de su compromiso político, ordenado a conseguir «el Bien Común» de la sociedad, y debe evitar ser cómplice de la situación injusta en la que se ha caído con los gobiernos que nos han regido, para no ser cómplices de la general situación de injusticia que nos meten las fuerzas que nos gobiernan.
Si no nos comprometemos en la lucha por la justicia, somos culpables de que la política no tenga una orientación hacia una sociedad acomodada a la convivencia humana. Por ello en estos momentos, de un dilema político en nuestra nación, es delictivo actuar pasivamente ante la enorme crisis de ideología que sufrimos, porque si nosotros no hacemos política, habrá grupos interesados que la harán por nosotros.
Es hora de hacer una profunda reflexión de la situación política en que estamos. Rige el pesimismo y se han abandonado los principios éticos que hicieron grande la cultura occidental, por lo que, en este momento, es difícil esperar una adecuada reacción, porque dada la excesiva comodidad que se da en esta sociedad, se ha debilitado, si no anulado, la voluntad y la razón. Nuestra sociedad carece de recursos morales y espirituales para enfrentarse a la decadencia en la que hemos caído.
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