La cuestión del poder
Bien sabíamos que las elecciones pasadas eran cuestión de poder. Y como hizo la gente de mi entorno, no entré en tales discusiones, o disputas. Preferimos la paz, aunque conscientes de una España evolutiva, en conflictos y objetivos contrapuestos.
Ya son pasado los tiempos en los que algunos llamaban virtudes masculinas al poder, la racionalidad o la independencia. O femeninas a la sensibilidad, la interdependencia o receptividad. Ahora se valoran, sobre todo, la participación y la colaboración tanto en el hombre como en la mujer. Y mejor así.
Pero esto ya no es ni para mis amigos serio problema. El problema para ellos era la concepción del poder político que se sugería o se mantenía por los interesados. Si este se entiende como control (palabra tan repetida), su resultado sería de temer: la experiencia nos dice que cuanto más tendrán los ricos, los pobres serían las mayorías. Si el poder fuese entendido como habilitación en la participación, ambas partes saldrían beneficiadas.
Ni militancia de absolutismos, ni ambigüedad de relativismos. Configuremos una España con mayor justicia y paz. Sin dejar en el olvido a la España no humana.
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