La vivencia determina el pensamiento
Lo digo por la experiencia de los últimos minutos, y porque es así.
Me senté aquí a escribir, con una idea, ¡pero! Me mandaron a hacer recados.
Allá me fui, y lo que siempre me pasa a mí, prácticamente cada vez que me rozo con la gente. Y, claro, el caldo de cultivo ideal, el súper o la tienda de turno para reafirmar mi misantropía.
La innata costumbre del ser humano, en general, de la que ni siquiera, pienso, en su mayoría, es consciente: pasarse por el culo el entorpecer, obstaculizar, retrasar, sin necesidad, el quehacer del prójimo. Y, siendo yo como soy, agggg... Es terrible. En fin.
Que me reitero. Lo repito una vez más: sólo en lo mejor se puede dar lo peor. Y puesto a especular...
Por ejemplo. Yo creo que si a alguien se le pidiera elegir una cualidad que poseer en grado sumo, la mayoría posiblemente elegiría la inteligencia.
Ok. Pues conforme a mi teoría, si en la vida del ser humano, la inteligencia puede ser lo mejor, también puede ser lo peor.
Como está requetedicho: El hombre es él y su circunstancia.
Pongamos un carajo de veinte años, con una habilidad en el manejo del balón muy por encima del mejor Ronaldinho, pero resulta que es un puto filimicas y al tercer paso apurado, o para o se muere ahogado.
¿Para qué su habilidad? Para maldecirse por su “descompensación”.
Una virtud sobresaliente no garantiza rédito alguno, ni mucho menos, puede que todo lo contrario.
¿Unas cuantas mejor? Pues probablemente mejorarían la rentabilidad, pero, hasta en eso, lo mejor para alcanzar el éxito está en la variedad de opuestos. Un equilibrado bagaje entre virtudes y defectos, ¡lo ideal!
Aunque, ¡siempre! ¡Sobre todo! En el ser humano: La salud.
La del propio y la de sus seres queridos. Si en algunos de ellos falla, de manera significativa, todo lo demás no importa, ¡pal coño!
Por eso, ahora mismo, hasta aquí.
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