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Infeliz 50.º cumpleaños

6 de Agosto del 2023 - Joaquín Fernández Peñarroya (Oviedo)

Fue en el mes de julio de 1973 cuando un ovetense, disfrutando de sus vacaciones estivales en Alicante, descubrió “un árbol” desconocido por él hasta ese momento. Quedó fascinado de tal modo que dedicó gran parte de su estancia vacacional a conocerlo más de cerca, decidiendo que a su vuelta a Asturias llevaría una semilla de aquel árbol deslumbrante e intentaría que germinase en nuestra tierra. Retornó a Oviedo el día 2 de agosto y entendió que la antigua bolera que la ONCE poseía en la calle Campomanes sería un buen terreno para plantar aquella semilla. Y así lo hizo junto a un compañero de trabajo al que convenció de la futura majestuosidad de aquel árbol, entre el escepticismo de quienes opinaban que el embrión no tendría futuro en Asturias, decantada por otro “árbol tradicional y con mayor arraigo popular”.

Bajo los atentos y esmerados cuidados de nuestro emprendedor “jardinero” la semilla empezó a crecer, a echar raíces y pronto fue evidente que el sitio escogido iba a quedar pequeño. El Mesón de Labrador, en la calle Jovellanos, fue el lugar elegido para trasplantar aquella semilla primitiva. Y así, el día 9 de enero de 1974, nuestro “joven árbol” fue dado a conocer de modo público en su nuevo emplazamiento, en un acto seguido y recogido por todos los periódicos locales en sus páginas. A partir de ahí las ramas empezaron a alargarse. Y llegaron a Gijón, Corvera, Avilés, a las cuencas del Nalón y del Caudal... La labor de aquel jardinero fue tan intensa que después de 10 años de trabajo el árbol lucía esplendoroso, firme y consolidado. Y él entendió que había llegado el momento de descansar, pensando que la vida le ofrecía otras dedicaciones y exigía otras obligaciones que había dejado un tanto olvidadas en todo ese tiempo.

Después vinieron dos jardineros más y aunque sus cuidados fueron escasos (uno por cierto desinterés y otro condicionado por importantes limitaciones físicas y por su avanzada edad), el árbol lucía tan frondoso que aguantó en pie aunque con el paso de los años empezó a marchitarse y a evidenciar que el esplendor era cosa del pasado. En diciembre de 1992 apareció un nuevo y joven jardinero, “fruto” de aquel árbol primitivo, que lo había conocido en el recordado patio de Casa Sindo, en Santullano, en Oviedo. Nuestro novel jardinero estaba tan subyugado por aquel árbol que no dudó en hacerse cargo de su cuidado y trasmitirle todo el cariño y dedicación posibles para recuperar el lustre de antaño. Junto a un reducido equipo de colaboradores hizo de su cuidado un modo de vida; le entregó su mimo y atención y logró que luciese más bello y florido que nunca; pequeño pero tan grande a la vez que fue un referente incluso a nivel nacional e hizo que otros jardineros del país se interesasen por las atenciones aplicadas. La prensa se hizo eco de su esplendor y lo “vendió” al público a través de sus páginas, ondas e imágenes, ayudando a que fuese conocido entre quienes no sabían de su existencia o lo consideraban como algo nimio. Las ramas marchitas reflorecieron y llegaron a Siero, Grado, Arriondas, Llanes, Cangas del Narcea, Piedras Blancas, Castrillón, Ribadesella, Cangas de Onís, Laviana e incluso a la Universidad de Oviedo. Los frutos rebrotaron y algunos traspasaron fronteras y se “degustaron” en importantes mesas internacionales. La gente se interesaba por el árbol, quería conocerlo y su jardinero se esmeraba en atender aquellas peticiones.

En junio de 2016, el tenaz jardinero decidió que había llegado el momento de dar un paso a un lado, esperando que el árbol, firme y recio, pudiese mantenerse ofreciendo su tutela mientras se adaptaba a sus nuevos cuidadores. Y llegó otro jardinero, apático, disciplente y descuidado, que dejó de lado la esmerada atención que el árbol estaba acostumbrado a recibir y así comenzó a languidecer sin que el nuevo jardinero viese su marchitez, convirtiéndose en el emperador que lucía un maravilloso traje invisible sin que nadie le dijese que en realidad iba desnudo. Y hoy el árbol sigue secándose y nadie da la voz de alarma a pesar del claro riesgo de perecimiento. Por eso es imperioso que aquellos que quieren que recobre su esplendor se pongan manos a la obra y empiecen a aplicar los remedios precisos.

Este relato es una gran metáfora de la historia de la petanca en Asturias, que estos días cumple 50 años de su llegada. Y no solo no hay ningún acto previsto para conmemorar tal efeméride si no que la desidia y el desinterés en lo concerniente a este deporte en Asturias persisten (promoción, publicidad, difusión, relaciones externas...) y hacen que esté tocando fondo, con la amargura que nos provoca a los que sentimos la petanca como algo propio. Ojalá este relato sirva como aldabonazo en la conciencia asturiana para revitalizar este deporte y poder seguir disfrutando de él muchos años más, aprovechado para felicitar a la petanca por su 50.º cumpleaños en la región.

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