No me gusta lo que viene
«Nadie es tan joven que no se pueda morir mañana, ni tan viejo que no pueda vivir un día más» (Fernando de Rojas, «La Celestina», 1499).
La vida misma. A veces muy cruel.
Por todo ello hemos perdido el rumbo de nuestra existencia. Solo cuando ocurren tragedias inesperadas nos damos cuenta de nuestra fragilidad.
¿Dónde enseñan a vivir, a convivir, a ser conscientes de que esta vida solo tiene sentido dejando herencia generacional, dejando rastro de nuestra permanencia, si no es por hijos, por solidaridad y compromiso con la sociedad, por nuestra empatía, simpatía y complicidad?
La vida es un tiempo limitado y sin un fin determinado, puede ser mañana mismo, u otro día cualquiera, ¿por qué ese afán de individualismo, de desproporcionado egoísmo y de prepotentes individuos?
Me viene esta reflexión por dos acontecimientos:
1) Una oncóloga de 37 años (apreciada y gran profesional) que se muere en lo mejor de la vida, cuando estaba dando lo mejor por los demás. Además, se muere de cáncer, ven qué limitados somos, qué frágiles y con vida la prestada. ¿No les hace reflexionar?
2) El ver cómo desde hace varios años para acá la gente se aísla de los demás, se lleva comprar finca, casa y rodearla de vallas opacas, arboledas gigantes y compactas para que nadie que pase por los alrededores nos pueda ver. Se fortifican acompañados de perros enormes que si un día les da por saltar fuera se comen al primero que pase. Lo de la petofilia es ya un problema, hay más perros que niños, y lo peor, se les quiere y protege más que a las abuelas y abuelos.
En muchos países está prohibido hasta poner persianas, vallados de este tipo por supuesto.
Además de huir de la vecindad, es estéticamente una aberración, si lo hacen para que no les roben, los cacos lo tienen fácil, se cuelan dentro y allí harán su agosto sin máscara siquiera.
Aquí donde nosotros vivimos (Villamiana), pero pasa en cualquier zona rural de los alrededores de Oviedo o en cualquier pueblo o villa, hace 30 o 40 años nos conocíamos todos, las puertas de casa estaban a la vista, ahora ya no nos conocemos ni de vista, entran y salen de los portones automáticos para incluso no bajarse del coche, no vaya ser que tengan que saludar a algún vecino. Entran, se encierran hasta cuando vuelvan a salir también de incógnito. No me dirán que no vamos para atrás. ¡Ah, otra cosa! Esas vallas estrechan caminos y carreteras comunes, cada vez recortan más ancho el cierre sin que el Ayuntamiento obligue al respeto por los demás.
Antiguamente las personas se agrupaban en comunidad, cuando hacían castillos y murallas era para estar en comunidad, vivir juntos dentro, ahora se amurallan para vivir solos. ¡Qué pena de sociedad!
Una sociedad así no tiene futuro.
La sociedad progresa cuando se une, cuando vive en común, cuando se apoyan, cuando unen fuerzas, diversión, proyectan unidos, juntos se encuentran motivos para vivir en armonía, para luchar juntos contra los avatares de la vida, para sortear obstáculos.
En las ciudades pasa lo mismo, aunque se conozcan, procuran ni saludarse en el ascensor.
Esa es la sociedad que proyectamos, ahora con más énfasis, vienen los tiempos del trabajo en casa, ni los propios compañeros se conocerán. Vienen los tiempos de las tecnologías y la IA. Lo que espera a las próximas generaciones no lo envidiamos los que vivimos la mejor época, desde la Transición hacia acá. Todo era ilusión, esperanza, unidad, solidaridad, alegría, compañerismo, libertad... Luchamos por derechos y por un Estado del bienestar para todos, no para uno mismo como ahora.
Lo siento, cada vez me costará menos bajarme de este mundo. No les envidio. No me gusta lo que veo, no me gusta lo que viene.
Un mundo sin respeto, sin compromiso con los demás, es un mundo egoísta, ególatra y muy tóxico.
Se ignora la vejez como si nosotros fuéramos a ser jóvenes por siempre. Esa es la muestra de la decadencia de esta sociedad.
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