In albis no perpetuo
Es curioso y a la vez increíble lo que en nuestra cabeza se nos queda: canciones que asocias a alguien querido, imágenes gratas, olores encantadores, palabras arquetípicas, conversaciones simbólicas. Tenemos un auténtico fichero que va encajando como un puzle. Hay personas que tienen memoria de elefante y son capaces de recordar situaciones de cuando eran prácticamente bebes, lo cual no exime de hechos traumáticos que no puedan recordar, quedándose in albis, hasta que un día, de la manera más repentina, les llegue como una pirotecnia de fuegos artificiales y salgan a la luz momentos que quedaron en el subconsciente, pendientes de resolver, pendientes de descifrar. Nuestra mente es capaz de dejar escondido lo que impactó en ese momento, simple y llanamente, para no hacernos sufrir. El dolor psíquico es tan fuerte que el cuerpo prefiere taparlo, soterrarlo, esconderlo, enterrarlo, y que se expande en tu piel con un tremendo dolor físico como si te hubieran pegado una paliza. Se entiende así, un síncope, un desmayo, que nuestro propio organismo genera para que no suframos, para no sentir el sufrimiento. Un estado de shock producido por un tremendo miedo en la que nuestra adrenalina sube tan alto como un rascacielos y que nos bloquea, llegando a una desrealización y despersonalización como si lo que estuviera sucediendo no fuera con nosotros, no estuviera pasando, como si de una película de Hitchcock se tratara. En todo esto, también están incluidas las pesadillas, los sueños terroríficos donde de una manera vívida entran sin ser invitadas personajes que de solo verlos generan náusea. Aquí sí que no se puede programar nada, no es como aquél que dice “de lo que hace la mano izquierda, que no se entere la derecha” por lo que lo mismo te inunden un salón con post-it llamándote “hola puta gorda” con dibujito incluido de cerdita, como te digan cuando estudias en Madrid que si vas allí a mover el coño, como entren en viviendas y te manguen documentación y te descoloquen tus cosas para hacerte más gaslighting, como beban alcohol a escondidas o sus desviaciones sexuales sean tales que ni el mejor psicólogo del mundo las pueda curar. Toda esta todicidad de circunstancias y vivencias es lo que nos hace repensar qué tipo de personas atraemos, que todo es un aprendizaje y que de una vez por todas no se tolere ni una milésima de acto maltratador para levantarse de la silla e irse corriendo mientras dices: “Ahí te quedas”.
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