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El niño de Jerez

22 de Agosto del 2023 - Fernando Vijande Fernández (Castropol)

Manolillo era delgado como todos los niños en los años sesenta. No había yogures ni petit suisse y lo más parecido que existía era la leche “cuayada”, pero solo la podías tomar si le echabas azúcar.

A Manolillo le gustaba tocar la guitarra, pero no tenía y además en el pueblo solo un vecino, Jesús del Bodego, tenía una acordeón de botones, pero, no, no era igual, él quería una guitarra.

Manolillo, como buen luthier, decidió construir una guitarra y le pidió a Emeteria, la dueña del chigre del pueblo, que cuando tuviera una caja vacía de pimentón se la guardase.

Pasado un tiempo, la chigrera, Emeteria, le entregó una lata de pimentón vacía que traía dibujada una andaluza (pimentón dulce Esmeralda, el mejor pimentón de la Vera).

Manolillo le pidió prestadas a su vecino el hojalatero unas tijeras de cortar la chapa, dibujó una circunferencia con el culo de una botella y cortó la caja, haciendo un agujero, dejándola sin el nombre de pimentón, aunque el nombre dulce Esmeralda seguía destacando y así se llamó la guitarra.

Manolillo dejó la “brosa” de casa sin mango, atornilló este a la caja de pimentón y le añadió seis cuerdas, tres de tanza de ir a pescar y las otras tres de alambre de la luz. (Así razonaba Manolillo). Afinó de oído en frecuencia de la las cuerdas y quedó perfecta.

Los sonidos de Esmeralda se escuchaban al amanecer despertando a los vecinos junto con la voz de Manolillo, que tal parecía un muecín musulmán llamando al rezo.

A partir de entonces, Manolillo cambió la manera de hablar y comportarse. Se puso una chaquetilla negra, un pantalón estrecho que había abandonado hacia dos o tres años y le preparó su madre un sombrero cordobés de fieltro. Comía solo gazpacho y plantó un olivo en el huerto. Día y noche cargaba con Esmeralda a sus espaldas y cuando se cruzaba con alguien comentaba: “Miarma, quillo, ¿quieres que te cante un fandango?”.

“No, Manolillo, aquí nos gusta más la tonada asturiana, déjalo, otro día, y, por cierto, adónde vas Manolillo”, le preguntaban.

“Ay, pisha, voy al tabanco (chigre), que me espera una jartá de gente”.

Manolillo (Manuel Pérez de nacimiento) decidió que a partir de ahora su apellido pasaría a ser Gérez y posteriormente Jerez y sería reconocido en todo el mundo como el Niño de Jerez.

En el tabanco (perdón, en el chigre), teníamos que soportar a Manolillo cantando fandangos y tocando con sus manos a la dulce Esmeralda.

Alguno de nosotros sintió la tentación de estrellar a Esmeralda en la cabeza del Niño de Jerez.

No lo hicimos, pero ganas no nos faltaron, aunque también verdaderamente, quiénes éramos nosotros para privar al mundo del talento del ínclito, del inigualable, del maravilloso Manolillo el Niño de Jerez.

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