El "geta" del fútbol español
El apócope de Getafe sería con mayúscula.
Aún hoy, he leído declaración de Rubiales. “Repito, no hubo mala fe entre ninguno de los dos”.
“Entre ninguno de los dos”. Hay que tener más cara que un vagón de muñecos.
Hermoso en su momento: “¿Qué hago yo? Mírame, mírame”, asegura la futbolista, que ha explicado: “No me ha gustado, ¿eh?”.
Poquito después, Hermoso: “Ha sido un gesto mutuo totalmente espontáneo...”.
Me abstengo de calificarla. Tanto el uno como la otra son el lógico fruto de la sociedad actual.
Rubiales: “Es un beso de amigos... no estamos para gilipolleces”.
No es que lo que a partir de aquí escriba sea motivado por esta cuestión del ya famoso beso. No, hace ya bastantes años que se pasea por mi cabeza.
Como tantas veces he dicho, muchas menos de las que el cuerpo me pide y de forma mucho menos contundente de lo que me gustaría, el animal inteligente que es el ser humano cada vez se muestra más animal y menos inteligente. Cada vez da más rienda al instinto. Cada vez, en sus acciones, tiene menos peso el sentimiento.
A tal punto ha llegado, y más lejos que nada va a tardar en llegar, que ha convertido esta conjunción de mayor instinto y menor sentimiento en orgullosa bandera de lo que, en virtud de la propia degeneración, él considera “libertad”.
Los hechos son percibidos por uno o más de nuestros sentidos, las intenciones por ninguno, quedan a la imaginación de quien quiera interpretarlas. Lo que no deja lugar a dudas sobre en qué nos hemos de basar para juzgar. Que es en lo que yo me baso cuando afirmo que el hombre es cada vez un animal menos sentimental, ¡y mucho menos retraído! Claro.
Desde siempre, el tocar, manifiestamente o no, conscientemente o no, es consecuencia de un deseo y eso nada ni nadie puede borrarlo.
Con la inteligencia vinieron de fábrica las barreras morales para el tocamiento y, por tanto, las consideraciones sobre el toque. Toco para esto, ¿debo o no debo esperar el consentimiento del que deseo tocar? Mi intención al tocar es esta o aquella, lo que me lleva a considerar si debo reservarla para el privado, o no importa que lo haga en público.
Y toda una sería de consideraciones, como he dicho, impuestas por las barreras morales inherentes a la persona.
¡Evidentemente! Si no hay ninguna barrera que me impida tocar, ¡¿qué coño me va a parar?!
En principio fue el meramente gesticular, nada de tocar. Más tarde, según las culturas, en las de este lado del paralelo, generalmente, dar la mano. Más tarde, la mano y una apretadita del brazo. Más tarde el abrazo. Más tarde el beso, los besos, en las mejillas. Más tarde...
Más tarde, menos amistad y más morbosidad. Menos privado y más público.
Más “con derecho a roce” y más para “rozar”.
Y más tarde, o sea, hoy, la “amistosa inocencia” del tocar también se ha cargado la barrera y el aviso de “no pasar” y puede, cómo no, también penetrar, “amistosamente”.
La única barrerita, muy muy bajita, lo digo porque yo mismo, en mis inocentes paseos, en horas diurnas, por algún punto verde, me he tropezado con más de una parejita que también se han saltado esta entre público y privado.
Así que, si el gesto es mutuo, por qué someterse al obsoleto “esperad”. Adelante con la presente y maravillosa “libertad”.
Y si no lo es, mutuo, yo soy el más fuerte, ¿por qué me voy a privar si nada me va a pasar?
La ley, y mucho menos la justicia, no dice nada sobre lo que mereces por “puras gilipolleces”.
Debe rellenar todos los datos obligatorios solicitados en el formulario. Las cartas deberán tener una extensión equivalente a un folio a doble espacio y podrán ser publicadas tanto en la edición impresa como en la digital.
Las cartas a esta sección deberán remitirse mecanografiadas, con una extensión aconsejada de un folio a doble espacio y acompañadas de nombre y apellidos, dirección, fotocopia del DNI y número de teléfono de la persona o personas que la firman a la siguiente dirección:
Calvo Sotelo, 7, 33007 Oviedo

